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    1. Artículos periodísticos. Miguel Cané. La inmigración en Juvenilia
    2. Lucio V. López. Inmigrantes en la Gran Aldea
    3. Eugenio Cambaceres. La postura adversa
    4. Antonio Argerich. El enfoque determinista
    5. Carlos Maria Ocantos. La mirada selectiva
    6. Julián Martel. Inmigrantes en la Bolsa
    7. Estanislao Zeballos, apologista de la inmigración
    8. Lucio V. Mansilla: memorias de lo cotidiano
    9. Fray Mocho. La visión costumbrista
    10. Baldomero Fernández Moreno y la patria desconocida
    11. Alberto Novion. Un vasco en escena
    12. Enrique Loncan. El planteo ético
    13. Fausto Burgos: gringos y criollos
    14. María Esther de Miguel. "Esa ciudad contradictoria"
    15. Borges y la inmigración
    16. Inmigración y novela: un debate en Adan Buenosayres
    17. Abelardo Arias: criollos y gringos en Mendoza
    18. Manuel Mujica Lainez. Volver a las fuentes
    19. Jose Gonzalez Carbalho: la "patria anterior"
    20. Inmigrantes en cuentos infantiles y juveniles
    21. Inmigrantes en novelas juveniles
    22. Inmigrantes en teatro
    23. Inmigrantes en canciones
    24. Memorias y autobiografías escritas por inmigrantes
    25. Memorias y autobiografías escritas por descendientes de inmigrantes
    26. Biografías de inmigrantes
    27. Comentarios bibliográficos
    28. Entrevistas

    Artículos periodísticos, comentarios bibliográficos y entrevistas

    En este trabajo reúno artículos periodísticos, comentarios bibliográficos y entrevistas acerca de la inmigración que llegó a la Argentina. Estas colaboraciones -que tratan temas literarios, históricos y otros- fueron publicadas en diversos medios, entre los que se cuentan los diarios La Prensa de Buenos Aires y La Nueva Provincia de Bahía Blanca, las revistas Letras de Buenos Aires y el grillo y el sitio Letras-Uruguay, de Montevideo.

    No incluyo aquí las notas "Roberto Arlt, cronista de la inmigración gallega", "Rosalía de Castro, poeta de los emigrantes", "Syria Poletti: el mensaje social", "Inmigración y novela: Eugenio Juan Zappietro", "Inmigración y novela: Jorge Isaac" e "Inmigración y literatura: el tango", por estar ya publicadas en este sitio.

    Artículos periodísticos

    MIGUEL CANE. LA INMIGRACION EN JUVENILIA

    El historiador Exequiel César Ortega sostiene que "La inmigración jugó importante papel ya a mediados de esta etapa del ’80 al ’30. En ciudad y campaña, en oficios diversos que abarcaron la agricultura y la naciente industria; e incluso se dieron lugares como ejemplos de cuánto podía una colonización bien planeada...". Comenta qué sucedió con los inmigrantes llegados a nuestra tierra: "El medio nuestro los asimiló bien pronto y sus descendientes inmediatos se sintieron integrantes ‘de la tierra’. A menudo ascendieron de Status, integraron profesiones, comercio e industria; impulsaron los nuevos partidos políticos mayoritarios".

    El gobierno de esa época "En lo social favorecería cada vez más la inmigración, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular. Inmigración que cubriese las necesidades crecientes de mano de obra ciudadana y sobre todo rural, mediante la colonización y la ocupación de dependencia o el arrendamiento y la mediería (1)".

    En noviembre de 1898 –señala Susana Zanetti-, Canè "regresa a Buenos Aires pues ha sido elegido senador nacional. Desde su banca presenta al año siguiente dos proyectos: el de erigir el monumento a Sarmiento en el Parque Tres de Febrero y el de extradiciòn de extranjeros.

    Este proyecto de Ley de Residencia, contrario a los principios de nuestra Constituciòn, es violentamente atacado. Evidentemente, el miedo al futuro, a la màquina que empequeñece, a las masas populares que amenazan invadir y destruir la sociedad distinguida que amò en Europa, o la paternalista de la gran aldea perdida, golpeada de muerte por la inmigraciòn revoltosa y huelguista, ha endurecido y deteriorado el liberalismo progresista de antaño. Basta leer buena parte de los artìculos coleccionados en Notas e impresiones (1901) y Prosa ligera (1903) para comprobar su espìritu reaccionario. (...) La ley de expulsiòn de extranjeros, en fin, es piedra de toque para entender còmo ha variado el muchacho liberal progresista de la època de Avellaneda. Canè no acierta a comprender la importante transformaciòn del paìs que queda reducida en su espìritu a una verdadera dèbacle. (...)

    En el paìs los problemas sociales se agravan, las huelgas se suceden; es entonces cuando el presidente Roca echa mano del proyecto presentado por Canè. La ley de residencia es un hecho y los perturbadores extranjeros podràn ser arrojados del paìs" (2).

    Escribe Gladys Onega: "La significaciòn que tiene para nosotros la actitud de Canè hacia los inmigrantes, no proviene de la extensiòn o profundidad con que la haya expresado literariamente, sino porque conciencializò (como lo hizo màs tarde Joaquìn V. Gonzàlez) la situaciòn en que vivìa su clase y que la inmigraciòn ponìa en evidencia, aunque lo hiciera de manera bastante superficial. Canè era, como dijimos, un liberal a ultranza que arremetìa contra el clericalismo, la ignorancia y el estancamiento, pero era sobre todo un miembro de la clase de la que dice Mc Gann, en uno de los màs dinàmicos y comprensivos estudios sobre la situaciòn històrica y la visiòn del mundo del 80: "Una definiciòn adecuada para la aristocracia argentina de esa època puede surgir del comentario de que ‘ùnicamente el liberal del siglo diecinueve podìa combinar el desprecio por el hombre comùn con la fe en la democracia’ ".

    "En Prosa ligera (1903) està incluido el relato La Tucumana donde el autor revela su ìntima convicciòn aristocratizante". Gladys Onega asevera, a partir de la lectura de un pàrrafo del mismo, que "Canè añora un pasado desaparecido en una de las formas de explotaciòn del hombre por el hombre màs degradantes, la esclavitud, transformada en resignada y voluntaria enajenaciòn de los criados por amor al generoso patriarca. El pàrrafo de Canè explicita la nostalgia con palabras que son un verdadero sumario de la reacciòn ante el nuevo estado de cosas: La expresiòn de respeto constante, la veneraciòn de los subalternos como a seres superiores colocados por una ley divina e inmutable en una escala màs elevada –la consagraciòn sacramental, carismàtica del privilegio, la negaciòn del transformación històrico, solidificado y remitido a los designios de Dios; una vida de paz y tranquilidad- el lema de ‘orden y progreso’ y ‘orden y administraciòn’ de los gobiernos oligàrquicos sudamericanos; el viejo y manso feudalismo –deformaciòn idealizada de un sistema que habìa retrasado en cincuenta años la evoluciòn del paìs y habìa engendrado a Rosas, bajo cuyo gobierno habìa emigrado el padre del que escribe esta vaga elegìa; la influencia de las ciudades- la urbanizaciòn tenìa el grave inconveniente de agrupar a los hombres y permitir que tomaran conciencia de clase-; la fluctuaciòn de las fortunas –la introducciòn de formas capitalistas, màs dinàmicas que la feudal; la desapariciòn de los viejos y sòlidos hogares- los advenedizos ingresaban a las familias aristocràticas, o, màs simplemente, las nuevas clases alta y media urbanas contraìan matrimonio en lugar de unirse en concubinato espontàneo como se habìa reprochado a las clases populares, primero a los gauchos y luego a los proletarios, los sirvientes inmigrantes son ladrones, se visten como ‘nosotros mismos’ (aunque sea bastante difìcil suponer que la ropa de los caballeros porteños confeccionada por sastres londinense se confundiera con la de los criados); y recuerdan su condiciòn de hombres libres- es decir, que de acuerdo con el artìculo 14 de la Constituciòn, pretendìan que su libertad era un derecho y no una graciosa dàdiva de los amos; las campañas del interior refugian la viejas pautas patriarcales deseables en el presente- el interior no invadido se valoriza por su resistencia al cambio" (3).

    Juvenilia

    En el 80, la autobiografìa surge como el "lugar donde se expresa lo particular, lo curioso, lo diferenciador, lo propio de un sector social" (4); este sector es el de la clase dirigente, grupo que se caracteriza por haber sido educado con una gran influencia de la cultura europea, particularmente francesa (5). Cobra gran importancia la evocaciòn de la vida "vulgar", calificativo que abarca tanto la vida cotidiana, real, como los comportamientos censurados por la moral corriente (6).

    La autobiografìa se caracteriza, en este perìodo, por asumir el aspecto de la charla social (causserie), de la anècdota, y por la frecuente utilizaciòn de citas que remiten a lecturas extranjeras. En las obras autobiogràficas de los hombres del 80 aparece como modelo el "hombre de mundo", que conjuga en sì mismo muy diversas facetas. Como consecuencia del impacto de la inmigraciòn, aparecen "evocaciones nostàlgicas de tiempos màs austeros" y "descripciones costumbristas con toques moralizantes".

    Susana Zanetti destaca que "la actitud de nostalgia, de reminiscencia, de regreso al pasado, es una constante del 80"; Juvenilia presenta -a su criterio- "un melancòlico contrapunto entre la adolescencia despreocupada de ayer y el hombre maduro de hoy. Aùn asì, la evocaciòn tiende generalmente a las anècdotas festivas, alegres". En la obra advierte ciertas semejanzas con David Copperfield, de Charles Dickens, pero la diferencia de la obra inglesa el hecho de no entrañar denuncia ni afàn testimonial.

    El tema del fracaso generacional està encarnado en la suerte corrida por los condiscìpulos; algunos han muerto, otros se encuentran empleados con sueldos de hambre, sòlo unos pocos se destacan. Esta actitud surge de lo que la ensayista denomina "doble melancolìa" frente al pasado y frente al povenir (7).

    Miguel Canè nos ha dejado en Juvenilia (8) testimonio de su visiòn de los inmigrantes. A las figuras del grotesco enfermero italiano y los temibles quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor Amadeo Jacques, sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los hombres del 80.

    El enfermero italiano

    En su autobiografìa, Canè evoca este personaje con rasgos despectivos. "La enfermerìa era, como es natural, econòmicamente regida por el enfermero. Acabo de dejar la pluma para meditar y traer su nombre a la memoria sin conseguirlo; pero tengo presente su aspecto, su modo, su fisonomìa, como si hubiera cruzado hoy ante mis ojos. Habìa sido primero sirviente de la despensa; luego, segundo portero, y, en fin, por una de esas aberraciones que jamàs alcanzarè a explicarme, enfermero. ‘Para esa plaza se necesitaba un calculador, dice Beaumarchais; la obtuvo un bailarìn’ ".

    Se refiere al aspecto fìsico del inmigrante: "Era italiano y su aspecto hacìa imposible un càlculo aproximativo de su edad. Podìa tener treinta años, pero nada impedìa elevar la cifra a veinte unidades màs. Fue siempre para nosotros una grave cuestiòn decir si era gordo o flaco. (...) Empezaba su individuo por una mata de pelo formidable que nos traìa a la idea la confusa y entremezclada vegetaciòn de los bosques primitivos del Paraguay, de que habla Azara; veìamos su frente, estrecha y deprimida, en raras ocasiones y a largos intervalos, como suele entreverse el vago fondo del mar, cuando una ola violenta absorbe en un instante un enorme caudal de agua para levantarlo en espacio. Las cejas formaban un cuerpo unido y compacto con las pestañas ralas y gruesas como si hubieran sido afeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era un ser de razòn para el infeliz, que estoy seguro jamàs conociò aquella secciòn de su cara, oculta bajo una barba, cuyo tupido, florescencia y frutos nos traìa a la memoria un ombù frondoso".

    "El cuerpo, como he dicho, era enjuto; pero un vientre enorme despertaba compasiòn hacia las dèbiles piernas por las que se hacìa conducir sin piedad. El equilibrio se conservaba gracias a la previsiòn materna que lo habìa dotado de dos andenes de ferrocarril, a guisa de pies, cuyo envoltorio, a no dudarlo, consumìa un cuero de baqueta entero. Un dìa, nos confiò en un momento de abandono, que nunca encontraba alpargatas hechas y que las que obtenìa, fabricadas a medida, excedìan siempre los precios corrientes".

    Recuerda el personal castellano del enfermero: "Debìa haber servido en la legiòn italiana durante el sitio de Montevideo o haber vivido en comunidad con algùn soldado de Garibaldi en aquellos tiempos, porque en la època en que fue portero, cuando le tocaba despertar a domicilio, por algùn corte inesperado de la cuerda de la campana, entraba siempre en nuestros cuartos cantando a voz en cuello, con el aire de una diana militar, este verso (!) que tengo grabado en la memoria de una manera inseparable a su pronunciaciòn especial: Levàntasi, muchachi,/ que la cuatro sun/ e lo federali/ sun venì a Cordun. Perdiò el gorjeo matinal a consecuencia de un reto del señor Torres que, hacièndole parar el pelo, le puso a una pulgada de la puerta de calle".

    Sobre sus aptitudes para el trabajo, afirma: "Como prototipo de torpeza, nunca he encontrado un spècimen màs completo que nuestro enfermero. Su escasa cantidad de sesos se petrificaba con la presencia del doctor, a quien habìa tomado un miedo feroz y de cuya conciencia mèdica hablaba pestes en sus ratos de confidencia".

    Quinteros vascos

    Los estudiantes encontraban diversas distracciones en la quinta de Colegiales; una dellas, vinculada a otros inmigrantes. "En la Chacarita estudiàbamos poco, como era natural; podìamos leer novelas libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y sobre todo, organizar con una estrategia cientìfica, las expediciones contra los ‘vascos’ ".

    Describe el escenario y las virtudes de la fruta de esos quinteros: "Los ‘vascos’ eran nuestros vecinos hacia el norte, precisamente en la direcciòn en que los dominios colegiales eran màs limitados. Separaba las jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre lleno de agua, y de bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravìa. Pasada la zanja, se extendìa un alfalfar de una media cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres pequeñas parvas de pasto seco. Màs allà (...) en pasmosa abundancia, crecìan las sandìas, robustas, enormes, (...) allì doraba el sol esos melones de origen exòtico (...) No tenìan rivales en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad sea reconocida en esa materia. Las excursiones a otras chacras nos habìan siempre producido desengaños, la nostalgia de la fruta de los ’vascos nos perseguìa a todo momento, y jamàs vibrò en oìdo humano en sentido menos figurado, el famoso verso de Garcilaso de la Vega".

    Se refiere a la disposiciòn anìmica de esos inmigrantes: "Pero debo confesar que los ‘vascos’ no eran lo que en el lenguaje del mundo se llama personajes de trato agradable. Robustos los tres, àgiles, vigorosos y de una musculatura capaz de ablandar el coraje màs probado, eternamente armados con sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de pasto en cada movimiento de sus brazos ciclòpeos, aquellos hombres, como todos los mortales, tenìan una debilidad suprema: ¡amaban sus sandìas, adoraban sus melones!"

    Dos veces hurtaron fruta los adolescentes sin ser vistos. La tercera, "detràs de una parva, un vasco horrible, inflamado, sale en mi direcciòn, mientras otro pone la proa sobre mi compañero, armados ambos del pastoril instrumento cuyo solo aspecto comunica la ingrata impresiòn de encontrarse en los aires, sentado incòmodamente sobre dos puntas aceradas que penetran... (...) ¡cuàn veloz me parecìa aquel vasco, cuyo respirar de fuelle de herrerìa creìa sentir rozarme los cabellos! (...) aquel hombre terrible meyado en su tridente, empezò a injuriarme de una manera que revelaba su educaciòn sumamente descuidada. (...) Me tendì en la cama y, mientras el cuerpo reposaba con delicia, reflexionè profundamente en la velocidad inicial que se adquiere cuando se tiene un vasco irritado a retaguardia, armado de una horquilla".

    Monsieur Jacques

    En otro pasaje se refiere a Amadeo Jacques -quien naciò en 1813 y muriò en 1865-, destacando su loable acciòn dentro del Colegio: "El estado de los estudios en el Colegio era deplorable, hasta que tomò su direcciòn el hombre màs sabio que hasta el dìa haya pisado tierra argentina. Sin documentos a la vista para rehacer su biografìa de una manera exacta me veo forzado a acudir simplemente a mis recuerdos que, por otra parte, bastan a mi objeto".

    "Amedèe Jacques pertenecìa a la generaciòn que al llegar a la juventud encontrò a la Francia en plena reacciòn filosòfica, cientìfica y literaria". (...) habìa crecido bajo esa atmòsfera intelectual, y la curiosidad de su espìritu lo llevaba al enciclopedismo. A los treinta y cinco años era profesor de filosofìa en la Escuela Normal, y habìa escrito, bajo el molde eclèctico, la psicologìa màs admirable que se haya publicado en Europa. El estilo es claro, vigoroso, de una marcha viva y elegante; el pensamiento sereno, la lògica inflexible y el mètodo perfecto. Hay en ese manual, que corre en todas las manos de los estudiantes, pàginas de una belleza literaria de primer orden y aùn hoy, quince años despuès de haberlo leìdo, recuerdo con emociòn los capìtulos sobre el mètodo y la asociaciòn de ideas. Al mismo tiempo, el joven profesor se ocupaba en las ediciones de las obras filosòficas de Fenelòn, Clarke, etc., ùnicas que hoy tienen curso en elmundo cientìfico".

    Evoca el exilio del francès: "Pero Jacques no era uno de esos espìritus frìos, estèriles para la acciòn, que viven metidos en la especulaciòn pura, sin prestar oìdo a los ruidos del mundo, y sin apartar su pensamiento del problema, (...) El 2 de diciembre, como a Tocqueville, como a Quinet, como a Hugo, lo arrojò al extranjero, pobre, con el alma herida de muerte, y con la visiòn horrible de su porvenir abismado para siempre en aquella bacanal".

    "Tomò el camino del destierro y llegò a Montevideo, desconocido y sin ningùn recurso mecànico de profesiòn; lo sabìa todo, pero le faltaba un diploma de abogado o de mèdico para poder subsistir. Abriò una clae libre de fìsica experimental, dàndole el atractivo del fenòmeno producido en el acto; aquello llamò un momento la atenciòn. Pero se necesitaba un gabinete de fìsica completo y los instrumentos son caros".

    "Un momento Jacques fue retratista, (...) Pero ni la fotografìa, que màs tarde perfeccionaron, ni la daguerrotipia, que le cedìa el paso, como el telègrafo de señales a la electricidad, daban medios de vivir".

    "Jacques se dirigiò a la Repùblica Argentina, se hundiò en el interior, casòse en Santiago del Estero, emprendiò veinte oficios diferentes, llegando hasta fabricar pan, y por fin, tuvo el Colegio Nacional de Tucumàn el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron sus discìpulos los doctores Gallo, Uriburu, Nouguès y tantos otros hombres distinguidos hoy, que han conservado por èl una veneraciòn profunda, como todos los que hemos gozado de la luz de su espìritu".

    "Llamado a Buenos Aires por el gobierno del general Mitre, tomò la direcciòn de los estudios en el Colegio Nacional, al mismo tiempo que dictaba una càtedra de fìsica en la Universidad. Su influencia se hizo sentir inmediatamente entre nosotros. Formulò un programa completo de bachillerato en ciencias y letras, defectuoso tal vez en un solo punto, su demasiada extensiòn. Pero M.Jacques, habituado a los estudios fuertes, sostenìa que la inteligencia delos jòvenes argentinos es màs viva que entre los franceses de la misma edad y que, por consiguiente, podìamos aprender con menor esfuerzo".

    .....

    Tres nacionalidades, tres ocupaciones bien distintas, son evocadas por Miguel Canè en esta obra. Los pàrrafos transcriptos, sin embargo, no alcanzan para brindar una visiòn acabada de la postura del autor acerca de la inmigraciòn. Para lograrla, se debe recurrir a todos sus textos –algunos de ellos no literarios, como la Ley de Residencia, de 1904-, los cuales, junto a Juvenilia, nos proporcionaràn una cabal idea del sentimiento de este hombre del 80 frente al aluviòn inmigratorio.

    Notas

    1. Ortega, Exequiel Cèsar: Còmo fue la Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
    2. Zanetti, Susana: "La ‘prosa ligera’ y la ironìa: Canè y Wilde", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    3. Onega, Gladys S.: La inmigraciòn en la literatura argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL, 1982.
    4. Stratta, Isabel: Pròlogo a Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980..
    5. Prieto, Adolfo: La literatura autobiogràfica argentina. Buenos Aires, CEAL, 1982.
    6. Ara, Guillermo: Pròlogo a Wilde, Eduardo: Aguas abajo. Buenos Aires, Huemul,
    7. Canè, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.



    LUCIO V. LOPEZ. INMIGRANTES EN LA GRAN ALDEA

    En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn este libro (1) que Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y camarada". "El subtìtulo de La gran aldea, "Costumbres bonaerenses", previene ya las caracterìsticas del realismo a que recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez (1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una sociedad, y a poner de relieve algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o la simple caricatura. (...) la propuesta fundamental de La gran aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860 pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase social que manejaba sus destinos en la època de Pavòn continuaba controlando los hilos de la polìtica y de las finanzas y dando el matiz de la sociabilidad en la època del alumbrado a gas y de los tranvìas a caballo" (2).

    "Aunque esperanzada con el potencial talento literario del autor, ya en el momento de su publicaciòn la crìtica fue en general adversa con la novela, pero ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En ella pesa màs la crònica que la densidad literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y asì parece haber sido desde que se publicò: en su època influyeron tanto su calidad de instrumento de lucha polìtica e ideològica como el hecho de ser una novela en ‘clave’, por la que desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el valor testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota, semisencillo, semitendero, semicurial y semialdea’, a la ciudad ‘con pretensiones europeas’ en diversos registros: en lo urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que impone la unificaciòn del paìs desde el poder central –y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos tiempos del Estado de Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la crisis de 1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo literario, con el pasaje del Romanticismo al Realismo y al teatro ligero francès..." (3).

    En esta obra aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà.

    En la tienda

    Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia".

    Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho".

    Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa o bajaba el matiz segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el con una cocinera".

    "Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".

    Los inmigrantes trabajaban junto a los criollos: "daban las cuatro y, no bien habìa entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la trastienda". Lucio V. Lòpez menciona otro gallego relacionado con la tienda: "Caparrosa, el cadete de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho".

    En la escuela

    En la adolescencia, el protagonista acude a la escuela de dos maestros, a los que describe con estas palabras: "Don Pîo Amado y don Josef Garat, mis maestros, eran dos personajes singulares; singular era su escuela, singular la enseñanza, singular todo lo que los rodeaba. Don Pìo era la bondad y la benevolencia personificadas; don Josef era la intransigencia, el mal humor y la ira misma. Reunidos, don Pìo era la nota còmica del colegio, don Josef era la nota èpica. Amàbamos a don Pìo y lo amàbamos con toda el alma; temblàbamos ante don Josef y lo respetàbamos a fuerza de malquererlo".

    En otro pàrrafo se refiere al aspecto fìsico del segundo: "Don Josef, en cambio, era un Orestes. Alto, vigoroso, la cara roja como un pimiento, la nariz chica y encorvada, la cabeza mezquina pero bien puesta sobre los hombros. Don Josef pasaba la vida clamando contra todo lo que lo rodeaba: contra el paìs, contra sus hombres, contra las mujeres, contra los muchachos y contra don Pìo, a quien tenìa en poca cuenta en las situaciones normales".

    Uno de estos maestros era inmigrante: "Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi vìctima del hambre de una tigra mansa; preciàbase de haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un dìa de toros. Hacìa sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Còrdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no querìa que nadie sospechase que èl aprobaba las rendiciones de cuentas de su pco escrupuloso antepasado. Vivìa crònicamente colèrico, sin que esto importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con fruiciòn, de los tesoros de Potosì y de fortunas colosales como las de los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenìa altamente desarrollada la nota de la codicia".

    "Pero, cuando èl levantaba la voz en la clase, o fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa: buscaba la invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con vocablos de estofado acabando por dominar el debate con sus gritos estentòreos. Dentro de ese cuerpo vigoroso, de rica muscultura de atleta, en el fondo de ese caràcter atrabiliario, disputador y pendenciero que amenazaba tragarse la tierra, se escondìa un ser enteramente pusilànime. Don Josef era una liebre".

    Recuerda con cariño a esos pedagogos: "Era un muchacho de quince años cuando entrè en el colegio y apenas sabìa leer y escribir, pero trabajè con tesòn y me abrì paso. Don Pìo me amaba y don Josef, que habìa empezado por expresarme el màs profundo desprecio, habìa pasado del indiferentismo al entusiasmo con una facilidad extraordinaria. Yo comenzaba a ser su ìdolo. De cuando en cuando pensaba que, siendo yo como era un pobre diablo, sin padre, sin fortuna, era demasiada generosidad de su parte interesarse por mì como se interesaba y me lo echaba en cara; pero cuando lo sorprendìa con un progreso inesperado para èl, o con un buen rasgo de conducta, entonces el buen viejo se exaltaba y pasaba los lìmites del entusiasmo en sus elogios".

    .....

    Inmigrantes y criollos conviven en esta obra -que incluye pàginas de "larvada xenofobia"-, en la que "Lucio Lòpez anticipa una visiòn crìtica nostàlgica y casi desesperanzada del cariz que toma la vida polìtica y social de la Argentina".

    Notas

    1. Lòpez, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    2. Prieto, Adolfo: "La generaciòn del 80. La imaginaciòn", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    3. Figueira, Ricardo: "Pròlogo" a Lòpez, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.

    EUGENIO CAMBACERES. LA POSTURA ADVERSA

    La llegada de los inmigrantes a suelo argentino significò una transformaciòn de gran importancia. El porteño se encontrò conviviendo con extranjeros de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la literatura.

    En algunos autores, el sentimiento de aversiòn no reviste matizs demasiado violentos; se limitan –como Miguel Canè, en Juvenilia (1)- a presentar vascos temibles e italianos ridìculos. En Cambaceres, el inmigrante es presentado como un ser ignorante e inmoral; el escritor no disimula lo que siente ante quienes llegaron a tentar suerte en nuestro paìs.

    En la novela En la sangre (2) alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: "Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a redondear una corta cantidad".

    Andrès Avellaneda encuentra una explicaciòn para esta actitud: "Esos otros, responsables del peligro que ronda en la nueva ciudad, son para Cambaceres los inmigrantes y sus hijos, cuyas exigencias pugnan por modificar una realidad celosamente congelada" (3).

    Naturalismo

    El desdèn por el extranjero se evidencia con gran claridad en este libro. La sangre es el medio por el que las lacras sociales se transmiten de generaciòn en generaciòn. No obstante haber nacido en la Argentina, el protagonista tiene las caracterìsticas del inmigrante, de acuerdo con los postulados del naturalismo, corriente en la que encontramos al autor.

    Este movimiento, surgido en Francia en la segunda mitad del siglo XIX, sostiene tres principios bàsicos: la influencia de la raza, el medio y el momento; la importancia de la herencia y el caràcter fisiològico de las pasiones. "Con Eugenio Cambaceres –afirma Teresita Frugoni de Fritzsche- el naturalismo francès se incorpora a la novela argentina permitièndole asì alcanzar una dimensiòn realista que seguirìan todos los autores del siglo XIX y proncipios del XX, superando los esquemas simples y antitèticos de la època romàntica" (4).

    La argumentaciòn naturalista lleva a un determinismo que permite, segùn la teorìa, predecir el rumbo que tomarà la vida de los descendientes. Genaro, aunque argentino, lleva en sus venas la marca hereditaria del napolitano; està signado por todos los defectos que el novelista atribuye a ese grupo social y, al igual que sus paisanos, parece no tener virtud alguna. Lejos de plantear la responsabilidad del individuo, el autor hace hincapiè en lo heredado, en lo fatal. No sòlo da por supuestas las cuestionables leyes de la herencia y la influencia de la raza, el medio y el momento, sino que se aferra ciegamente a ellas, llegando a una postura prejuiciosa y, por ende, injusta.

    La novela apareciò publicada como folletìn en 1887, en el diario Sud-Amèrica. Fritzsche nos recuerda cuàl fue la acogida que tuvo la obra: "Paralelamente con su publicaciòn aparecen en el diario artìculos de ìndole diversa vinculados con la novela. Suponemos que parte del pùblico la considera inmoral, si nos atenemos a la defensa que J.A.A. (Juan Antonio Argerich) realiza en el nùmero del 13 de setiembre, observando que no es preciso atender a los asuntos que explota Cambaceres sino a su mèrito literario, pues es un hombre que conoce la vida y por lo tanto un escèptico".

    Los personajes

    Encontramos en Genaro dos momentos sucesivos: durante los primeros años, mortificado, trata de sobreponerse a su condiciòn; luego, con resentimiento y gran dolor, acepta su estigma. El muchacho culpa a sus progenitores por el desprecio de que lo hacen vìctima sus condiscìpulos; la vergûenza de su origen lo llena de odio, despecho y deseos de venganza, que consumarà en la persona de su esposa. "Estaba en su sangre eso, constitucional, inveterado –dice el novelista-, le venìa de casta como el color de la piel, le habìa sido transmitido por herencia, de padre a hijo".

    Genaro desprecia a sus padres. Camabceres muestra una vez màs la bajeza del joven, quien piensa: "¡Su padre... menos mal èse, se habìa muerto y de los muertos nadie se acordaba; pero su madre viva y a su lado, estando con èl, era una broma, un clavo, adònde irìa èl que no lo vieran, que no supieran, que no le hiciese caer la cara de vergûenza con la facha que tenìa, con sus caravanas de oro y su peinado de rodetes!". Para evitarse esa humillaciòn constante, Genaro hace que su madre vuelva a Italia. Queda en libertad para disponer a su antojo de los ahorros de sus padres y, a cambio, ni siquiera lee las cartas que la mujer le envìa.

    Al describir a los inmigrantes, Cambaceres recurre siempre a la comparaciòn con animales; asì, habla de la cabeza de ave de rapiña del padre del protagonista, de la astucia felina de Genaro: "En un brusco manotòn de gato hambriento, alargò de instinto el brazo; crispados los dedos, como clavada la garra ya sobre el montòn de billetes". Estas imàgenes son empleadas por el escritor con el propòsito de degradar a los extranjeros, de mostrarlos lindando con lo irracional".

    Ante la fuerza del instinto, nada puede hacer el protagonista: "Y si tal habìa nacido -se defiende-, si asì lo habìan fabricado y echado al mundo de sus padres, ¿era èl el responsable, tenìa èl la culpa por ventura? No, como no la tenìan las vìboras de que fuera venenoso su colmillo". Ni siquiera tiene valor para matarse: "ni de ese triste rasgo de nobleza, ni de esa ùltima, ni de esa ùnica prueba de valor y entereza era capaz". El "vivirìa, seguirìa prendido con dientes y uñas a la vida, como los perros a las osamentas!...".

    Antonio Pagès Larraya opina sobre el tratamiento que Cambaceres da a sus personajes: "La herencia y el medio conforman a Genaro, criatura vacìa de ètica, casi infrahumana. Quizàs el afàn de apegarse a una conclusiòn que hoy nos parece arbitraria –la de que en los hijos del inmigrante perdura el inescrupuloso apetito de los padres- volviò estrecho el relato. Las aventuras del ‘parvenu’, del trepador que se eleva sin elegir los medios, pierde vigor por su forzada limitaciòn a una tesis" (5).

    Aparecen, a lo largo de la obra, otros inmigrantes retratados con la misma crueldad. Entre ellos, los amigos del napolitano, quienes "habìanse pasado la voz para el velorio. Poco a poco fueron llegando de a uno, de a dos, en completos de paño negro, con sombreros de panza de burro y botas gruesas recièn lustradas". El comportamiento de los paisanos, afligidos, le merece un comentario despiadado: "Zurdamente caminaban, iban y se acomodaban en fila a lo largo de la pared, en derredor del catafalco elevado en la trastienda. Uno que otro, cabizbajo, en puntas de pie, aproximàbase al muerto y durante un breve instante lo contemplaba. Algunos daban contra el umbral al entrar, levantaban la pierna y volvìan la cara".

    El "tano" capataz del cementerio tenìa voz vinosa; el gallego portero de la universidad era ñato de nariz y cuadrado de cabeza; Bearnès, el dueño del cafè, era ronco, gordo, gritòn y gran bebedor de ajenjo. Y asì, podrìamos enumerar muchas oportunidades en las que los inmigrantes son vìctimas del escarnio del autor.

    .....

    El testimonio de Cambaceres nos brinda la posibilidad de conocer la actitud de un hombre de esa època ante las profundas transformaciones que se estaban operando. El aluviòn inmigratorio cambiò para siempre la estructura de la sociedad y motivò pàginas como las del autor de En la sangre, las cuales, aunque resultan violentas a los lectores, son tambièn parte de nuestra literatura.

    Notas

    1. Canè; Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    2. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
    3. Avellaneda, Andrès: "El naturalismo y Eugenio Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    4. Frugoni de Fritzsche, Teresita: Pròlogo a En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
    5. Pagès Larraya, Antonio: "El naturalismo y el tema del inmigrante", en La Naciòn, 1945.

    ANTONIO ARGERICH. EL ENFOQUE DETERMINISTA

    Algunas de las novelas relacionadas con la inmigraciòn de fin de siglo se destacan por la agresividad del autor y por el encono que manifiesta hacia los extranjeros. En una de ellas fundamenta el escritor su aversiòn, basàndose en supuestos provenientes de las ciencias mèdicas, refutados oportunamente por un sacerdote. La obra a la que nos referimos es ¿Inocentes o culpables?, de Antonio Argerich, un pensador que, a su manera, busca lo mejor para la Argentina.

    Adolfo Prieto señala que en autores como Canè y Mansilla, "la hostilidad frente al extranjero parece responder a motivaciones clasistas", en cambio, "en otros autores, la xenofobia maneja el repertorio cientìfico de la època y se presenta con un vocabulario pretendidamente asèptico y neutral. Asì Antonio Argerich en su novela Inocentes o culpables (1884) y Cambaceres en la ùltima de sus obras, En la sangre, publicada en 1887" (1).

    La obra de Argerich se inserta en el panorama creativo de su tiempo, que fue muy rico y variado; asì lo recuerda el ensayista: "entre 1884 y 1889 y aparte de la obra de los cultores de una prosa evocativa o fragmentaria como Canè, Wilde o Mansilla, dotada sin embargo de caracterìsticas narrativas, aparecieron La gran aldea de Lucio V. Lòpez, ¿Inocentes o culpables? de Antonio Argerich, y todas las novelas de Cambaceres, las primeras de Ocantos y Severo J. Villafañe, La familia Quillango, novela corta de Cantilo, (...) ya por esos años entregaban a las prensas sus primeros trabajos Roberto J. Payrò y Josè Sixto Alvarez (Fray Mocho) para comprobar la irrupciòn masiva de una novelìstica argentina preocupada por reflejar el contorno inmediato y centrada en los rasgos tìpicos del gènero"

    Razas inferiores

    De ¿Inocentes o culpables? se dijo que "no es màs que una torpe historia de un inmigrante italiano, con la que se propone probar cuàntos daños puede acarrear a la sociedad argentina la inmigraciòn de gentes de razas inferiores" (2). En el pròlogo a su libro, el escritor da las razones por las que considera perniciosa la llegada de ciertos extranjeros: "me opongo franca y decididamente a la inmigraciòn inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legìtimamente puede y debe aspirar la Repùblica Argentina; (...) La intromisiòn de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opiniòn no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la poblaciòn. En efecto, si buscamos unidad, serìa imposible encontrarla: se habla de colonias aun aquì mismo en la Capital de la Repùblica y ya tenemos los oìdos taladrados de oìr hablar de la patria ausente, lo que implica un estravìo moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interès que azuza un sentimiento exòtico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo" (3).

    Esta no es la crìtica màs indignante que hace. A criterio de Adolfo Prieto, "fue Argerich, justamente, quien llevò màs lejos los supuestos del naturalismo zoliano al convertir a su novela ¿Inocentes o culpables? (1884) en una verdadera novela de tesis, con la exposiciòn de un diagnòstico y la elaborada descripciòn de pretendidos morbos sociales. Mèdico como Holmberg y Ramos Mejìa, Argerich acepta algunos conceptos polèmicos de la ciencia de su tiempo, sobre la presunta superioridad e inferioridad de las diversas razas, y pasa a demostrar en su novela que la inmigraciòn de procedencia europea, que por entonces empieza a romper el equilibrio demogràfico del paìs, serà desastrosa para la sociedad argentina".

    Argerich sostiene que "para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la poblaciòn argentina atraemos una inmigraciòn inferior. ¿Còmo, pues –se cuestiona-, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una generaciòn inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta inmigraciòn inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni darà jamàs el hombre que necesita el paìs".

    Ademàs –vaticina- "los ferrocarriles nacionales y provinciales y las obras de la ciudad de La Plata, terminaràn –y entonces cesarà la demanda de brazos, y esas masas volveràn a afocarse a las ciudades, trayendo graves perturbaciones: se resentirà la salubridad, subiràn màs los alquileres de las casas y aumentarà la carestìa de los artìculos de primera necesidad, causas que evitan el acrecentamiento de la poblaciòn- y la destruyen a medida que se forma, como observa Malthus".

    Considera que "tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavìa màs de afuera" y que "es deber de los Gobiernos estimular la selecciòn del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiològicos de la vieja Europa". Propone una soluciòn para el problema al aseverar que "el remedio a nuestra escasa poblaciòn lo tenemos en nuestros propios lìmites territoriales: existen causas no estudiadas que detienen la poblaciòn y, mientras no se allanen, no resolveremos satisfactoriamente el problema ni aùn con pasajes pagos a los inmigrantes".

    Determinismo o libre albedrìo

    Al nacer el primer hijo de los inmigrantes, Argerich habla de la influencia que "la raza, el medio y el momento" ejercerìan en èl, tal como afirmaba Hipòlito Taine. Le resta toda capacidad de decisiòn, pues "todo estaba preestablecido. Todo lo habìan ordenado voluntades y cerebros anteriores. Su bulto informe, sumergido en las ropas de la cuna, podìa compararse con un wagon de carga, construido para repuesto en una vieja lìnea fèrrea, porque como el wagon, su camino estaba fatalmente trazado. Vagaban en el ambiente las preocupaciones que habìan de nutrir su espìritu: los libros estaba escritos y designados, hasta su misma planta tendrìa que vagar forzosamente por la ruta que formaron las hormigas de anteriores generaciones. Està a merced de las influencias esteriores y de las necesidades que fatales desbordan del organismo. Vìctima de la casualidad o de la conjunciòn de dos sustancias desconocidas en su esencia, pobre prisionero de la vida, cautivo del momento històrico, no h escogido el tiempo de su venida al mundo, su idioma ni su nacionalidad. La lògica de la herencia, casualidad para èl, le ha dado sexo, color y temperamento".

    Partiendo de estos principios deterministas, lo que sucede al individuo es algo inexorable, en lo que èl no puede tener injerencia; lo afirma el portavoz del autor: "tiene tanta culpa de lo que le ha sucedido como el transeùnte a quien aplasta un ladrillo que cae de un andamio". Por tanto, a criterio de Argerich, la persona que comete un acto vil, responde a "imanes fatales en la vida y cosas irresistibles"; sostiene que "hay pasiones que arrastran todos los diques" y que quien sucumbe a ellas es inocente, porque sòlo està siguiendo los mandatos de su sangre.

    El sacerdote, en cambio, considera que hablar asì "es blasfemar: Dios ha hecho libre al hombre, y por lo tanto es responsable de sus actos; de lo contrario se deberìa abrir la puerta de las càrceles" y manifiesta que quien realiza un acto vil "es culpable, aunque la misericordia del Ser Supremo es infinita", porque, para contrarrestar los "imanes fatales", estàn el deber y la religiòn. Esta es la disquisiciòn que da tìtulo a la novela.

    .....

    Esgrimiendo razones de ìndole cientìfica, a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los extranjeros, reflejando la posiciòn de muchos argentinos de la època. "¿Inocentes o culpables? es una de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan comùn en los habitantes de esa Argentina que se veìa invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso su testimonio es valioso".

    CARLOS MARIA OCANTOS. LA MIRADA SELECTIVA

    Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (1), una de las tres obras màs representativas del "Ciclo de la Bolsa" (las otras dos son La Bolsa, de Juliàn Martel, y Horas de fiebre, de Segundo Villafañe).

    Andrès Avellaneda señala que "dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera" (2). En Quilito, estos temas aparecen entrelazados, al tiempo que se transmite una visiòn selectiva sobre la inmigraciòn europea, destacando las virtudes de los ingleses y tolerando a los latinos.

    En 1888 apareciò Leòn Zaldìvar, de Ocantos. Adolfo Prieto afirma que el escritor "iniciò con esta novela una larga serie de obras dedicadas, en lo fundamental, a reflejar diversos aspectos de la realidad argentina. Con Quilito (1891), El candidato (1893), Tobi (1896), el ciclo alcanzò sus logros màs felices, pero por su ubicaciòn cronològica y sus temas especìficos, estas obras seràn consideradas como representativas de la novelìstica de la dècada del 90" (3).

    "En la figura de Ocantos –dice el editor- se corporiza uno de los olvidos màs notables de la historia de las letras argentinas". Este olvido es relacionado con la vida que llevò el escritor, quien "ingresò a la carrera diplomàtica en 1884, y viviò casi siempre fuera del paìs". El presentador de la ediciòn sostiene que "En franca oposiciòn a las influencias literarias francesas tan en boga en la dècada del noventa, Ocantos era un estilista de formaciòn hispànica, un verdadero discìpulo de los realistas peninsulares, especialmente de Pèrez Galdòs –ambos tienen estilos muy parecidos-, que le sirviò de modelo para una serie que llamò Novelas argentinas, inspiradas en los famosos Episodios Nacionales del ilustre escritor canario" (4). Cabe acotar que en 1887 fue designado miembro de la Real Academia Española; uno de los literatos que lo propuso fue precisamente Galdos (los otros fueron Juan Valera y Josè Marìa de Pereda).

    A criterio de quien escribe este texto preliminar, "Quilito no se centra exclusivamente en la quiebra de la Bolsa y en sus derivaciones. (...) La difìcil y conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia del argentino de hoy".

    Los latinos

    En la obra aparecen inmigrantes de distintas nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente. Siente predilecciòn por el personaje inglès, en el que hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los italianos. El portuguès, en cambio, le parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con que lo evoca.

    Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su època, que consistìa en combatir la inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte.

    En la casa de Quilito trabajaba una italiana: "Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas"" Más adelante dirá de esta mujer que cantaba "un aire de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas".

    Habla también Ocantos de un "italianito vendedor de diarios", lo cual podrìa llevarnos a pensar que ubica a los italianos en trabajos que no requieren estudio. No es asì, pues crea el personaje de Rocchio, un corredor de Bolsa, "un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo". Al igual que la genovesa, este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales distintos de los que caracterizan al inglès, los criollos y los indios; lo describe como "un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; tan brusco en sus maneras, que un buenas tardes de su boca hacìa el efecto de un escopetazo a quemarropa, y un apretòn de manos producìa la sensaciòn de arrancar el brazo, a tirones, brutalmente. Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo más de su cuenta del mes".

    Muy diferente era el usurero Raimundo de Melo Portas e Azevedo. De los italianos de Ocantos puede decirse que no tenìan muchas luces, ni una educaciòn refinada, en cambio el lusitano era para el autor una persona ruin. Lo define como "el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia descarriados". Vemos que utiliza también en esta oportunidad la comparación con animales, como lo hiciera con los italianos, pero el sentido es bien distinto.

    A pesar de sus condiciones para vivir indignamente, el portuguès no es el peor en esta historia; alguien lo supera, y es, paradòjicamente, un criollo, para demostrar que Ocantos no es prejuicioso: "entre don Raimundo y èl, igualmente criminales y condenados a la mismapena por la opiniòn pùblica, habìa una capitalìsima diferencia: la que existe entre el ladròn y el ratero, no porque el portuguès se contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don Bernardino, quedàbase en mantillas".

    El inglès

    En Quilito, Ocantos escribe que la ola de emigraciòn europea nos aporta periòdicamente lo bueno y lo malo -al menos no piensa, como otros, que es todo malo-; Mister Robert, seguramente es el inmigrante ideal para el autor de las Novelas argentinas y para muchos màs. La oposiciòn entre los latinos incultos y el inglès culto nos hace pensar en Juvenilia (5), donde se hablaba de los vascos y del italiano, confrontados con la grandiosa figura de Monsieur Jacques. Evidentemente, el planteo no era nuevo; reflejaba, por otra parte, las preferencias del gobierno que –dice el historiador Exequiel Cèsar Ortega- "en los social favorecerìa cada vez màs la inmigraciòn, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular".

    Las cualidades del inglès no son tomadas como modelo por los jòvenes criollos que especulan en la Bolsa. Quilito "miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con làstima. No, no se verìa èl en ese espejo. Allì estaba desde la mañana casi hasta la noche, la espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero, sentado en el banco de patas largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del trabajo, prisionero del deber; y asì todos los dìas, todos los dìas... hasta que la enfermedad le clavase en el lecho, la vejez le baldara o le sorprendiera la muerte. Entretanto, habrìa pasado los mejores años de su vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo que èl sembrara...".

    No sòlo Mister Robert era probo; tambièn lo era su familia: el inglès "no concurrìa a cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica, suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su familia: la mujer, un àngel; el hijo, otro àngel, y el padre, viejo patriarca de Irlanda, màs catòlico que el Papa y de una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar, como prenda pasada de moda, para no exponerse a la irrisiòn del pùblico".

    Tantas buenas condiciones no le garantizaron al inglès una vida tranquila. Fue arrastrado ala quiebra por los señoritos inùtiles, ya que "èl no traìa sino la inteligencia y el trabajo, que no alcanzan en plaza cotizaciòn alguna, menos cuando van refrendados por la firma del favoritismo".

    .....

    En la obra de Ocantos, de clara intenciòn moralizante, se advierte la inmigraciòn como presencia heterogènea, que encierra en su seno seres de diversas condiciones. Aunque el escritor siente predilecciòn por los inmigrantes de cierta nacionalidad, no por ello deja de señalar que el cosmopolitismo es peligroso para los valores nacionales. Esa era su visiòn de lo que acontecìa en el paìs, y lo testimoniò en su novela.

    Notas

    1. Ocantos, Carlos Marìa: Quilito. Hyspamèrica.
    2. Avellaneda, Andrès: "El naturalismo y Eugenio Cambaceres", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    3. Prieto, Adolfo: "La generaciòn del 80. La imaginaciòn", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    4. S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito, Hyspamèrica.
    5. Canè, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.

    JULIAN MARTEL. INMIGRANTES EN LA BOLSA

    La atmòsfera de la Argentina de fines del siglo XIX es descripta por el historiador Exequiel Cèsar Ortega, quien escribe: "Las medidas econòmicas y financieras oficiales, de todo tipo, se encaminaron hacia las soluciones desesperadas. El esfuerzo por reducir desniveles se reflejò hasta en los cambios de los ministros de Hacienda, emisiones monetarias clandestinas, proyecto de nuevas ventas, concesiones y emprèstitos, circulaciòn de emisiones derogadas ya... Hasta que llegò el llamado presidencial de Juàrez Celman contra la fiebre especuladora y que exhortaba en cambio a la cordura en inversiones, negocios, gastos y juego de Bolsa "a pase y diferencia" (1).

    Algunas obras literarias reflejan la crisis de la Bolsa de Comercio y la revoluciòn de 1890. Son novelas que aparecieron como una manifestaciòn de los creadores frente a una situaciòn; ellos buscaron moralizar y demostrar los peligros que se corrìan si no se cambiaba el rumbo.

    Andrès Avellaneda escribe al respecto: "Hacia el 90, como una consecuencia de la crisis que vive el paìs y uno de cuyos sìntomas màs agudos es probablemente el crack financiero que se produce en la Bolsa para esa fecha, este naturalismo se hace social, recoge la temàtica de esa crisis, y documenta el fenòmeno en una serie de novelas que, por ese mismo motivo, ha sido llamado ‘el ciclo de la Bolsa’ " (2).

    El ciclo

    Irene Ferrari realiza una valoraciòn de las obras a las que nos referimos. Ella escribe: "Varios de nuestros escritores buscaron comprender lo ocurrido y dejar constancia de ello. Las once novelas de esta etapa, de escaso valor literario, fueron llamadas posteriormente ‘el ciclo de la Bolsa’. Entre las màs representativas estàn Horas de fiebre, de Segundo Villafañe, y Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Pero la ùnica reconocida por la posteridad es la de Martel" (3).

    Diana Guerrero coincide con la ensayista en la valoraciòn de las novelas: "Un año despuès de la revoluciòn y de la caìda de Juàrez Celman aparecieron La Bolsa y Horas de fiebre de Segundo Villafañe, y en Parìs Quilito, de Carlos Marìa Ocantos. Cinco años màs tarde Pedro Morante publica Grandezas. En las pàginas de estas cuatro novelas se suceden escenas de los lugares màs significativos en la vida porteña de ese momento: Palermo, el Hipòdromo, Florida, el Club del Progreso, pero particularmente describen el edificio y la actividad de la Bolsa. Todos coinciden en censurar las costumbres y la moral de ese momento tan convulsionado de nuestra historia. Los ecos de la revoluciòn y de los acontecimientos que la precedieron se prolongan en otra novela aparecida en 1898: La Maldonada, del periodista español Francisco Grandmontagne, incorporado a la vida argentina. Pero posiblemente el relato que pinta màs acabadamente ese momento històrico sea La Bolsa" (4).

    Andrès Avellaneda señala que "dos grandes grupos de novelas filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la fiebre financiera". Entre las novelas protagonizadas por inmigrantes menciona En la sangre de Cambaceres, Inocentes o culpables de Argerich, Bianchetto de Adolfo Saldìas y Teodoro Foronda de Francisco Grandmontagne, ademàs de algunas de las Novelas argentinas de Carlos Marìa Ocantos.

    El otro grupo de novelas –el que tiene que ver con la Bolsa- aparece con celeridad: "El mismo año de la crisis se publica Abismos de Manuel Bahamonde; al año siguiente aparecen La Bolsa, de Juliàn Martel (Josè Marìa Mirò); Quilito, de Carlos M. Ocantos; y Horas de fiebre, de Segundo I. Villafañe".

    No termina aquì la producciòn al respecto: "El tema sigue interesando a los novelistas a partir de 1891 –agrega-: Grandezas (1896), de Pedro G. Morante; Quimera (1899), de Josè Luis Cantilo, prolongan una lìnea temàtica que llega hasta Roberto J. Payrò, con Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910)".

    La Bolsa

    "Escasa informaciòn ha sido recogida acerca de la existencia de Josè Marìa Mirò, conocido literariamente como Juliàn Martel –escribe Noè Jitrik. Sin embargo, hay dos hechos relevantes que vinculan su vida con su obra: fue pariente pobre de una poderosa familia cuyo palacio se levantaba donde hoy està la Plaza Lavalle y, como consecuencia de ello, tuvo que trabajar en el periodismo, de cuyo anonimato emergiò por esta novela, la ùnica que escribiò. (...) Al parecer, cuando

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