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  1. Prólogo
  2. A la gente joven de San Joaquín
  3. Presentación
  4. Generalidades
  5. El Pueblo
  6. Economía Rural
  7. Curiosidades y Fábulas Pueblerinas
  8. Casas y sus historias
  9. Patrimonios
  10. Sucesos
  11. Deportes
  12. Diversiones
  13. Profesionales
  14. Carnaval
  15. Semana Santa
  16. Día del Árbol
  17. Festividades del Carmen
  18. Navidades
  19. Información
  20. Ocaso

Prólogo

..."Cuando vayas a Valencia, me traes panelas de San Joaquín"...

Para muchas personas, particularmente de la región capital, la única referencia que se tenía de San Joaquín eran las otrora sabrosas panelas. El ensayo que leeremos en las próximas páginas es una estampa de ese San Joaquín que en gran radiograma se ha ido y que tan sólo perdura en la memoria de los adultos que hoy recuerdan con nostalgia su infancia.

Es el caso de un poeta de este pueblo, el coronel Juan Enrique Laurentin, natural de Valencia pero sanjoaquinero de corazón, quien no pretende con este trabajo contarnos la historia de San Joaquín, sino más bien invitarnos a conocer ese San Joaquín de sus años juveniles, lleno de anécdotas y vivencias, y que con mucho sentimiento nos muestra en su poema "Evocación a San Joaquín", donde manifiesta su afecto sincero hacia este pueblo:

Los recuerdos son un libro

que siempre llega a su fin, siempre tendré en mi mente

lo que viví en San Joaquín

Inmerso en el relato, el lector se siente trasladado al pasado de aquel San Joaquín colonial, tranquilo, apacible, bucólico, que las generaciones presentes y los venidos de otras regiones no conocimos. A través de estas páginas el autor nos presenta de una manera sencilla y amena, hechos, lugares y personajes, que se mueven a nuestro alrededor como si estuviesen actuales y vigentes.

Y es así como a lo largo de toda la narración, el coronel Laurentin nos invita a recorrer las calles del pueblo, a entrar en sus casas coloniales, a participar de la parranda de los pastores la noche de Navidad y de las fiestas patronales en honor a la Virgen del Carmen, a degustar las deliciosas panelas que le dieron a San Joaquín la fama de llamarse "el pueblo de las panelas", a conocer personajes típicos ya olvidados como "Gueteperete" y "Muchachito feo", y a disfrutar de las cristalinas aguas de su amado río Ereigüe, testigo mudo de sus aventuras de muchacho.

En esta historia, todo es fresco, con sabor pueblerino y a cosas sencillas, pero es algo más que nostalgia del pasado, es un llamado del autor a la reflexión, a la toma de conciencia de las nuevas generaciones, para que no dejen morir las tradiciones que forman radiograma del acervo cultural de nuestra nación, y en particular a los sanjoaquineros, para que trabajen en pro del rescate de ese caudal de vida que es el río Ereigüe y que no se conviertan en cómplices de su muerte, manifestando de esta forma su abierta preocupación por el destino de este río, como muy bien lo expresa en su poema "Al río Ereigüe en su lecho de muerte":

¡Ay!.. Virgencita del Carmen protege al río de su fin

Por si se llega a secar

se quedará sin su río,

El pueblo de San Joaquín.

Quiero ofrecer al coronel Laurentin mi aplauso por este trabajo didáctico que motiva el interés del lector por la conservación de nuestros recursos naturales, contribuyendo a divulgar radiograma de esa herencia cultural venezolana, tan llena de historias y tradiciones y que nos muestra mucho de este pueblo del estado Carabobo, que bien podría ser cualquier pueblo de nuestra querida patria.

...Recuerdos y Vivencias del San Joaquín que yo conocí... nos llevará a todos los lectores, jóvenes y no tan jóvenes, propios y extraños a un pasado no muy lejano de un San Joaquín que yo no conocí...

Licenciada en Plusformaciónción Magaly González Cavec

Enero, 2001

A la gente joven de San Joaquín

Los invito a disfrutar de una narración que describe una etapa en la vida de un pueblo, en el que transcurrió radiograma de mi infancia y de mi adolescencia, habiendo asistido como alumno de la escuela "Romero García" durante los años de 1943, 1944, 1945 y 1946, y a la que igualmente asistió como alumno, el autor de esta narración el Coronel (AV) Juan Enrique Laurentín.

Describe el Coronel Laurentín, en un lenguaje ameno y accesible, vivencias y hechos que alguna vez yo igualmente experimenté, porque es el San Joaquín que yo también conocí, haciendo mención de personajes folclóricos y a la vez pintorescos, como los que podrían haber existido en cualquier pueblo venezolano y los que contribuyen de alguna manera a darle a cada conglomerado su propia personalidad. El "Gueteperete" de San Joaquín, fue como el "Pablera" de Barquisimeto o el "Japa Japa" de Maracay. Estos hombres, aunque es evidente que sufrían de algún padecimiento mental, no eran precisamente locos como la gente los llamaba, sino más bien actores que nos divertían con sus genialidades y ocurrencias, cada vez que se decidían a realizar sus rutinarios recorridos por la población. "Muchachito Feo" realizó además durante su vida adulta, una actividad de tipo ecológico y sanitario, como era la recolección y destino final de los perros y gatos que morían.


En su narración, demuestra el Coronel Laurentín un profundo amor por San Joaquín, al describir con nostalgia sus vivencias, haciendo al final una reflexión sobre los efectos dañinos que ha tenido un progreso al parecer no planificado, que se ha traducido en un inmenso deterioro del medio ambiente y del patrimonio histórico y natural de San Joaquín.

Vale la pena mencionar que las aguas del río Ereigue, desde donde se alimentaba la desaparecida caja de agua para el consumo de la población, son portadoras de un significativo contenido de flúor, hecho que en algún momento mereció la atención de la revista norteamericana "Selecciones del Readers Digest", reseñando en uno de sus artículos el efecto positivo que este elemento ejercía en la prevención de la caries dental, razón por la cual entre los habitantes de San Joaquín se registraba muy baja incidencia de este mal.

Se podría decir que esta narración, es como un capítulo en la historia de San Joaquín, porque describe toda una época en la vida del pueblo. Siendo la historia la ciencia que nos permite saber de donde venimos, lo que al mismo tiempo nos sirve de guía para saber hacia donde vamos, me parece recomendable para las nuevas generaciones, analizar cuidadosamente el contenido de la reflexión que hace el Coronel Laurentín en los últimos párrafos.

Manuel V. Peralta

Maestre Mayor de la Armada

Presentación

En esta oportunidad me he propuesto narrar, a través del escrito, algunas vivencias y recuerdos del San Joaquín de antaño que yo conocí. Aproximadamente, hace unos siete años empecé a confeccionar y redactar este relato o breve historia del pueblo, por motivo a los inconvenientes que nunca faltan, de igual manera su interrupción en la Panela Ilustrada, cuyas razones ignoro, hoy continúo con el relato del San Joaquín que yo conocí, siendo una de las causas, el acercamiento de varias personas que me han sugerido siguiera escribiendo o relatando acerca de mis vivencias cuando muchacho.

Considero la petición de estas personas como un compromiso de imperativo moral, he procedido a hurgar en mi archivo cerebral, eventos, hechos y anécdotas que no habían sido tomadas en cuenta en el escrito inicial, pero al fin es un patrimonio del pueblo, y los he incluido.

He tratado por todos los medios a mi alcance, agrupar los hechos de una manera tal que no permita saltar de un evento a otro donde no exista una relación estrecha o afín. El cronista de la ciudad, Don Antonio García, me recomendó que efectuara este trabajo por décadas, o por años, se lo agradezco, pero debemos reconocer que es sumamente difícil, ya que todo ese archivo está en mi cerebro, de igual manera, muchas cosas que sucedieron en un determinado año y época, aún siguen vigentes.

Este relato con sentimiento de historia, lo he querido narrar diferente a otros, con un toque muy personal, sin entrar en lo mismo de siempre y por voluntad propia, no pretendo mencionar otra vez a punta de zamuro, etc... etc... Sino que he querido imprimirle o dinamizar este relato, historia o ensayo, que yo mismo no sé que calificativo darle, con hechos y vivencias reales que ayer sucedieron y han sido olvidadas, cosas que viví cuando muchacho y hoy día son radiograma de mi patrimonio, y es mi deseo compartirlo con los habitantes del pueblo y en particular con las nuevas generaciones de sanjoaquineros.

Sin más preámbulos, mi intención es aportar un minúsculo grano de arena a la historia del pueblo con mis vivencias reales y verdades del San Joaquín que yo conocí...

El Autor

Generalidades

Los recuerdos, algunas veces, nos traen al presente cosas tristes y otras veces cosas alegres, pero indiferentemente como sean los recuerdos, recordar es traer momentos del pasado al presente, más cuando hurgamos en ese mundo desconocido del cerebro y nos encontramos con hechos o eventos que formaron radiograma de nuestra vida, y me pregunto, ¿Por qué no compartir eso que vivimos, con otras personas...? más, si existen razones y una fijación en la persona de momentos que marcan a uno para siempre, una fijación es como la señal o la firma de un escultor que aprovechando la frescura de la pieza creada hunde el buril, dejando su huella indeleble en su innovación, cuya marca o firma perdurará a todo lo largo de la existencia de esa pieza, producto de su innovación.

Así como los petroglifos o jeroglíficos, como huella ancestral, nos recordarán para siempre que antes nuestras raíces fueron el génesis de lo que hoy día somos, así son los recuerdos y las vivencias de aquellas cosas que disfrutamos cuando éramos niños y adolescentes. Recuerdos que aparecen vivos y se fijan en mi mente de una manera clara, cuando un día cualquiera atravieso el pueblo de San Joaquín y en la medida que voy cubriendo el trayecto de la Indiana a El Tropical y viceversa, veo de una manera clara el desarrollo de la película del San Joaquín con características de aldea que bilateralmente nos conocimos y compartimos, en esas calles de San Joaquín que tanto caminé y sitios que hoy día no existen, en ese viejo San Joaquín hoy día remozado que al efectuar una comparación, me encuentro con significativas diferencias, pero de todos modos me recuerda que fui uno más del elenco que dependiendo el factor situacional, en más de una oportunidad tomé e hice el papel de protagonista.

Cuando me topé nuevamente con el viejo San Joaquín, habló conmigo y sin ocultar su tristeza, me dijo: ..."Primero estuve yo, que el moderno San Joaquín...". El San Joaquín que yo conocí se los voy a mostrar y dedicar a los viejos de mañana, los jóvenes de hoy día; ellos desconocidos para mí y yo desconocido para ellos, asimismo, activar los recuerdos de aquellos que tuvimos la suerte de conocer el viejo San Joaquín y hoy día disfrutamos del joven San Joaquín, que estoy conociendo.

El Pueblo

El San Joaquín que yo conocí era el de sus cinco calles principales, el cual está situado en la radiograma norte del Estado Carabobo, cerca del litoral carabobeño, fundado el año de 1795; referentes a las calles eran todas de tierra, exceptuando la calle Bolívar o calle Real, cuyo pavimento, según informaciones de los habitantes de esas remotas épocas, se efectuó en el año de 1928. Las calles del pueblo la conformaban: Calle Bolívar, Carabobo, Sucre, Páez y Girardot; en cuanto a las calles transversales, que corrían de norte a sur eran la calle Miranda, Mariño, Urdaneta, Vargas, Arismendi, Negro Primero, Colombia y Santander, incluyendo al Callejón del Remate y el de Boquita, llamado Callejón Urdaneta.

Su distribución, una plaza principal y cuarenta y tres manzanas, las cuales en su totalidad alojaban unas setecientas casas; el recorrido del pueblo era de diez cuadras, desde la curva de Trabuco al Bar el Placer, al frente del Santo de San Joaquín; era un pueblo que a la luz del sol no tenía vida, más, sufriendo los rigores y limitaciones causados por la Segunda Guerra Mundial, su vida empezaba hacer acto de presencia a partir de las seis de la tarde con la existencia del único cine en el pueblo y los alrededores de la plaza, ya a las nueve de la noche se cobijaba nuevamente en su soledad.

El San Joaquín que yo conocí, como toda comunidad urbana, tenía su centro de influencia política, social y económica, de atracción y reunión en la Plaza Bolívar, sitio obligatorio del cual tiene que ser el inicio de este relato. Ese San Joaquín que yo conocí, solitario, era un pueblecito apacible con sabor y olor a colonia, ambiente español, con sus luces imitando cocuyos en extinción, con muy pocos habitantes, pero con personajes célebres que en su fugaz paso por esta dimensión dejaron muchas páginas escritas en el aire de la historia pueblerina, entre ellos, sólo nombrarlos sin entrar en detalles, a un Elías (a) Gueteperete, el Gallito del Roble, Eugenio York (a) Muchachito Feo o Cohetón, el ser más despreciado por los perros del pueblo; Chica con su sombrero de cogollo y su bastón; el célebre Clemente (a) El Telesprin, con sus inventos y la construcción de un rancho de dos pisos, y el Ánima Sola, no se sabe de donde vino, pero una mañana apareció muerta debajo de una de las ventanas de la casa del telégrafo, donde nosotros habitábamos; estos personajes eran radiograma del elenco que conformaban la vieja película del San Joaquín que yo conocí.

Como lo mencioné anteriormente, iniciemos nuestro recorrido desde la majestuosa Plaza Bolívar, con sus ocho avenidas que convergían al centro de la misma o redondel, donde estaba vigilante un pequeño pero significativo busto del Libertador, el cual fue gentilmente donado por don Ramón Villanueva, siendo Presidente de la Junta Comunal. Existía en la plaza una avenida en forma de circunferencia con siete bancos de cemento sin respaldar, allí, bajo la frescura que nos deparaba la vegetación existente, los habitantes del pueblo y uno que otro visitante, se daban cita para pasear en ambas direcciones, sobre todo en aquellas festividades donde el pueblo se volcaba a la plaza, como el Carnaval que era la época predilecta, por los bailes que en dicha plaza se escenificaban, la admiración y comentarios a los disfraces; aradiograma de alguna festividad, también era un sitio predilecto para descansar o con las tertulias del diario acontecer.

En las fiestas decembrinas, los domingos y otros días, el sitio obligatorio para el descanso y esparcimiento, servía la plaza a toda persona que deseaba permanecer en ella, o sólo pasar un breve momento a meditar u observar la tranquilidad del pueblo. En cuanto a la vegetación de la plaza Bolívar, se puede recordar un exuberante y tupido jardín de todo tipo de matas de crotos, adornaba la radiograma norte de la plaza con sus matices, formando una verdadera policromía natural, dentro de la plaza existían siete matas de merey amarillo y rojo, una gran mata de chaguaramos, sitio de fábulas y aparecidos, tres matas de mamón y tres de cotoperí, una que producía sus frutos, causante de muchas reprimendas a los muchachos de las escuelas y dos que no producían, porque según eran matas machos; una de estas matas daba sombra a un redondel con cuatro bancos para el descanso obligatorio y un piso de piedritas blancas, muy bien mantenidas por Renato, el celoso custodio de la Plaza Bolívar; otro cotoperí con un gran banco de cemento en forma de media luna, diagonal a la Comandancia de Policía, una centena de matas de caoba, testigos mudos de la agonía de muchos monjes y sacerdotes que sufrieron las prácticas sanguinarias del asturiano José Tomás Boves, a su paso por esta población.

El San Joaquín que yo conocí, era el de los escombros existentes entre la calle Sucre y Páez, por el este la calle Vargas, según los habitantes de antaño estas eran las ruinas y vestigios de un supuesto convento que allí existió durante la colonia y radiograma de la gesta emancipadora. De igual manera, comentarios pueblerinos, decían y otros aseguraban, que para finales del siglo dieciocho se detectó un pasadizo secreto entre la iglesia, casa parroquial y el convento señalado, el cual atravesaba unos cinco metros por debajo de la plaza; posteriormente, en el ocaso de la década de los cuarenta se empezó la construcción del actual Grupo Escolar "Rafael Pérez", ya antes de la construcción de esta unidad educativa, funcionaba un parque infantil, único en el pueblo.

El dispensario rural del pueblo, diagonal a la Plaza Bolívar, al frente de la bodega de Narciso el isleño, cruce entre Sucre y Urdaneta; este centro de salud tuvo la dicha de ser atendido por abnegados profesionales de la medicina y enfermería, donde todas las mañanas asistían los pacientes a curarse una dolencia o a un chequeo médico, de igual manera a obtener su certificado médico.

Este dispensario atendía la radiograma de salud de los sanjoaquineros, el mismo era o fue hábilmente dirigido por excelentes galenos con un alto concepto ético, donde ponían a prueba y en práctica el juramento hipocrático, entre éstos podemos recordar al Dr. José Antonio Granella, Alí Del Valle, al Dr. Divo y otros que no logro recordar, un practicante de la medicina de nombre Salvador Palencia, muy abnegado y excelente enfermero, la decano de las radiogramaras, llamadas antes comadronas, era Doña Felipa Herrera y una hermana mía, enfermera, de nombre Natividad Laurentin (Natica). La señora Justa Perera fue la primera enfermera del pueblo, es digno recordar a las señoras Paula Silva, Vidalina de Galíndez, María Chiquinquirá y otras que trajeron al mundo muchos sanjoaquineros.

Una vez mudado el dispensario del sitio donde funcionaba (hoy día el abasto del Sr. Martín), fue inaugurado el Club Social San Joaquín, donde algunos sábados se escenificaban bailes de gala, sobre todo en carnaval y en las festividades del Carmen; en época de Navidad se efectuaban los consabidos bailes de gala durante el mes de diciembre. Este Club Social San Joaquín estaba dirigido, muy hábilmente y de una forma acertada, por la Srta. Olga García Casteluche, dama distinguida del pueblo e hija de don Manuel García.

Al frente de la plaza, la iglesia, sitio de recogimiento espiritual, era común todos los domingos después de las diez de la mañana, la agrupación de los muchachos de la época a la espera de la celebración de un bautizo, pues, el padrino acostumbraba cambiar, si tenía dinero, cinco o diez bolívares en mediecitos de plata, y al grito de los más osados pidiendo su medio al padrino, éste se paraba al frente de la puerta principal y después de varios amagos en lanzar la rebatiña, lo hacía del lado que nunca se esperaba, surgiendo las consabidas peleas por unos querer ser más vivos que los demás. Otros padrinos lo hacían, no con mediecitos, sino con caramelos, más económico; un medio de caramelo eran cinco y dos bolívares compraba cuarenta caramelos, más que suficiente.

Haciendo un comentario referente a la Iglesia, la actual no es la que yo conocí, debido a las modificaciones de antojo a la cual ha sido sometida, trayendo como consecuencias el haber alterado su originalidad. El altar no es el mismo, el original cubría toda la radiograma de la pared detrás del altar actual, y el mismo tenía incrustaciones artísticas, las cuales no tenían que envidiarle a ningún otro templo, las ventanas con sus vitrales de colores desaparecieron; el púlpito y el alto donde las agrupaciones de las Hijas de María cantaban, también fue alterado y desaparecido; por último, un órgano de aire con un equipo de sonido rudimentario, el cual permitía que las melodías extraídas del órgano se oyeran en todo el pueblo, también desapareció.

Me recordó Hilda Núñez de Henríquez, lo cual había olvidado a pesar de que en una oportunidad fui víctima de ellas, lo referente a unos enjambres de abejas, que se anidaron en las puertas principales, y gracias al padre Sergio las recogió y formó un improvisado apiario, muy modesto, pero cuando empezaron a producir miel, con su venta se recogían unos centavitos que servían para cubrir algunas necesidades que tenía la iglesia.

De igual manera, frente a la plaza se encontraban los centros representantes de las finanzas del pueblo, la administración de justicia y el orden público, o sea, la Junta Comunal, el Juzgado y la Prefectura con su fuerza policial. Todos estos centros en manos de hombres probos con una alta capacidad de emisión moral, individual y ciudadana.

En la esquina cruce de Bolívar con Vargas, había una bomba o surtidor manual de gasolina cargada con tetraetilo de plomo. Al lado de esa joya arquitectónica que fue la Plaza Bolívar, el bar El Cine, con su salón para familias, sus mesas redondas, estilo Luis XV y su tope de mármol, igualmente las sillas, así como las puertas batientes tipo mariposa, sitio que fue selecto y de mucha clase. Este local se encontraba bajo la batuta de dos Félix, el grandote y el chiquito, muy queridos por el pueblo; Félix Benítez, el grandote, nacido aquí en el pueblo y Félix Rivero, el chiquito, quien un día dejó la capital musical de Venezuela y ancló en este pequeño terruño que lo acogió como un hijo más del pueblo. Posteriormente, el gran Benito, amigo de todos, su personal característica, que nunca borraba la sonrisa de su cara.

Economía Rural

La economía del pueblo y los ingresos a la Junta Comunal se sustentaba en los míseros y supuestos impuestos que pagaban las pocas pulperías que en el pueblo existían. Al frente de la plaza existieron dos pulperías, una cruce de Vargas con Sucre, y otra Urdaneta con Sucre; la primera era de don Manuel Villasana y se caracterizaba porque en la pared habían unas argollas de hierro para amarrar las bestias de los agricultores que venían del Loro o el Aguacate; era normal ver tres o cuatro mulas y burros amarrados, esperando terminaran de cargarlos para el regreso a sus predios.

De igual manera, existía la otra pulpería, que se caracterizaba por la particular manera de su propietario de anotar las deudas que sus clientes contraían con él, por ejemplo, un fuerte era una raya larga, un bolívar era una raya corta, un medio, un real, una locha o una puya, era anotados combinando rayitas con puntos, y sólo él entendía la exactitud de su contabilidad; su nombre era Narciso, pero todo el mundo lo conocía como el Isleño.

En la calle Sucre oeste cruce con Arismendi, funcionaba la bodega de don Justo García, y por la misma calle cruce con la Bolívar la de don Justino Marrero, y regresando hacia el sur, por la misma calle, cruce con Páez, la de Luis Rodríguez; por la calle Bolívar rumbo al oeste cruce de Bolívar y Negro Primero, la bodega de don Luis Tortolero; a una cuadra cruce de Bolívar con la Santander, la de don Silverio González, al frente, la de don Isaías Guédez, y al frente de ésta la de don Julio Rivas, siguiendo hacia el oeste nos encontramos con el pilón de maíz y nepe de don Julio Rivas cruce con Páez y Santander, la bodega de Miguel Rodríguez a unos cincuenta metros de la esquina Mata Verde.

En la calle Páez cruce con Urdaneta, el Gran Almacén de don César Casteluche y cruce con Páez y Vargas la de don Antonio García; en la calle Sucre cruce con Mariño, la del señor Alfredo Camacho; algunas otras foráneas, como la de la Hacienda El Carmen, cuyo escombro, es lo que queda al frente de la Escuela "Pedro Gual", la bodega Vaya y Vuelva en el Remate, la de Expedito Muñoz en la Indiana, así como la de Nazareno en el mismo sitio, al frente de ellas el célebre patio de bolas del negro Justiniano, donde también existía una cancha de bolón y el grito célebre de los jugadores era "...Dieciocho y la bola en mano, mato y dejo pa´ dos fuertes..."

El San Joaquín que yo conocí, era aquel donde muchos dueños de hacienda vendían el producto de sus vacas, o sea, la leche a las puertas de las casas de familia, entre ellos podemos mencionar a Doña Mercedes de Mujica, quien vendía el litro de lecha a locha, su característica era de carácter fuerte, pero una dama muy magnánima, porque aquellas personas que verdaderamente no tenían para comprar el líquido vital, sin que dijese nada, ella se lo regalaba, siendo más la lecha que regalaba que la que vendía, su finca era "La Mujiquera", hoy día la Urbanización Villas del Centro.

Siguiendo mi rumbo, y habiendo partido de la Plaza Bolívar, el San Joaquín que yo conocí, era el de aquel comedor escolar cruce de la calle Bolívar con Negro Primero, donde habita la familia Arias; cuya ecónoma era la Srta. María Cristina Fuenmayor. Allí asistían todos los muchachos de la escuela "Romero García" y muchas niñas de la "Atanasio Girardot"; los cuales disfrutaban de excelentes y suculentos almuerzos, en la tarde una modesta merienda, a pesar de no ser una época de abundancia, la hambruna y desnutrición de los niños en edad escolar no se veía como hoy en día, o mejor dicho, ¿... No sería que no nos dábamos cuenta?.

Ese San Joaquín monótono, sin diversión, con total ausencia de la televisión, porque no existía, películas sólo en el cine; era el pueblo de la única botica, bajo la dirección y administración de don Arturo Lander; en la cual se podía obtener todo tipo de medicinas con sus consabidas limitaciones, motivado a la Segunda Guerra Mundial; cuando el Sr. Lander se ausentaba, ésta era atendida por sus hijos, el catire Lander o Félix Lander; el local estaba situado en el cruce de la calle Bolívar con Negro Primero; y al regresar a la calle Arismendi, cruce con Sucre, la flamante barbería del Negro Rojas, única en su estilo, su salón lo tenía en el patio, bajo una mata de tapara, una silleta de cuero, tijera, peine y una máquina manual doble cero y de paso la totuma para lograr el corte perfecto; de vez en cuando un tijeretazo en la cabeza por habernos movido cuando nos hacía el corte. Este local se encontraba ubicado donde hoy en día está el depósito y estacionamiento de Carlos Alí Arenas.

En la calle Bolívar, donde está ubicada la carnicería del señor Tannasi, funcionó la Escuela "Romero García" y, posteriormente, una sastrería propiedad de don Ramón Izaguirre, sitio obligado para la confección de los trajes que iban a lucirse en cualquier evento que exigía tal indumentaria. Con el tiempo llegó al pueblo, después de culminada la Segunda Guerra Mundial, un italiano de profesión sastre y de nombre Guido, quien instaló una sastrería, trayendo de su madre patria los últimos adelantos en moda masculina, logró opacar al decano de las sastrerías en el pueblo, la misma estaba ubicada en un salón al frente de Fundauc, en la casa de la familia de Luis Rodríguez.

La primera panadería moderna del pueblo funcionó en el local que hoy ocupa la Farmacia Coromoto, su dueño, panadero de profesión, era de nacionalidad portuguesa, excelente persona e insigne amigo, su nombre Manuel Da Silva, quien para repartir el pan lo hacía en una moto alemana excedente de la guerra, que tenía un carro al lado que lo llenaba de pan para efectuar el reparto a diferentes negocios y casas de familia; mejorando económicamente pudo comprar un carro; una noche, persiguiendo a unos ladrones, su carro patinó por lo húmedo del pavimento y se estrelló de frente contra la pared de la casa del Muñeco Domínguez; murió en el acto, siendo una pérdida lamentable y muy dolorosa para los que éramos sus amigos.

Para la misma época hicieron acto de presencia dos jóvenes procedentes de Italia, ambos se dedicaron a elaborar y vender helados, lo cual los condujo a abrir una heladería única en el pueblo; a mediados de los años setenta regresaron a Italia por una dolencia que presentó el hermano mayor de nombre Vittorio y fue acompañado por Simón, su hermano menor.

Guido, el sastre, casó aquí en San Joaquín con una de las damitas del pueblo, al poco tiempo se divorció y cerró la sastrería, el local fue aprovechado por un personaje muy carismático, el cual vino a hacerle la competencia al Negro Rojas y a don Pablo González, quienes eran los barberos del pueblo, su nombre Paolo, se granjeó el cariño de todos, aquí murió y reposa su sueño eterno en nuestro campo santo.

En cuanto a las zapaterías, también hubo una primigenia en la cual se reparaban y confeccionaban zapatos a la medida; esta zapatería estaba hábilmente dirigida por un italiano de nombre José Speranza, hombre de excelentes condiciones y cualidades humanas, quien no tuvo reparos para integrarse al conglomerado y asimilar el gentilicio venezolano, siendo de corazón un venezolano más; se casó en este terruño y hoy día su prole disfruta de las bondades que sembró como ciudadano ejemplar, regresó a Italia, su tierra natal, quiso y lo logró, que el Vesubio vigilara su sueño eterno. Otro ciudadano que se integró al venezolano común fue Tannasi, quien instaló la primera carnicería con carne refrigerada y la cual todavía está vigente.

En el San Joaquín de la época, aradiograma del botiquín del Cine, existían otros que le hacían la competencia, entre los cuales se pueden mencionar: el bar Montecarlo, atendido por su propietario el señor Carlos Marín; el bar Victoria, atendido por un señor de apellido Negrín, en cuyos espacios tenía dos inmensos patios para jugar bolas criollas, donde todas las noches se llevaban a efecto los tradicionales partidos de bolas criollas, actualmente eso que fue un bar, hoy es el Juzgado del pueblo.

Los bares mencionados anteriormente estaban en el casco del pueblo, ya que existían otros, lejos de la Plaza Bolívar como el Último Tiro, ubicado en la calle Bolívar oeste a la salida del pueblo, su dueño era el señor Heriberto Rebolledo; el bar el Placer, vedado para los muchachos de esa época, ya que en el mismo se concentraban damitas venidas de otros lugares y una que otra vivía en las instalaciones traseras, su dueño era don Pedro Alpizar, este sitio estaba al frente del Santo de San Joaquín; el bar Caracas frente a la panadería Dulce Pan 85; las Acacias, de don Narciso Escalona, todavía funciona en el mismo sitio y la Fuentecita de Romerito en la calle Sucre, allí nació y todavía se mantiene en el mismo lugar; en la calle Bolívar este cruce con Miranda, entrando al pueblo, el bar la Criolla, su dueño y administrador era don Pedro Guédez, y el último que se instaló en esa época, era el más moderno, de forma circular su mostrador, fue el bar Tropical, el mismo alternaba sus servicios con un surtidor de gasolina, aún permanece en el mismo sitio, o sea, en la curva de Trabuco.

Reforzando el factor económico del pueblo, existían tres tiendas que combinaban sus ventas de tela con bisutería, quincallería y todo cuanto era necesario; así teníamos, en la calle Bolívar la tienda de las señoritas Blanca y Vicentica Carruido, este negocio estaba donde se encuentra la tienda de la familia Rodríguez; antes funcionó en esa casa la Escuela "Romero García". De todas las tiendas del pueblo, la más grande y mejor abastecida era la de don José Camacho, y funcionaba en la misma casa de la familia Camacho, calle Bolívar cruce con Mariño, había la de un polaco muy querido en el pueblo, ya que supo identificarse con los habitantes de la población, de igual manera con los nativos de esta comarca, su nombre Wolf French, los muchachos de la época lo llamábamos Mister Frencho, se diferenciaba con los sanjoaquineros porque era muy blanco, con la tez roja, pelo amarillo, ojos azules y hablaba el castellano atropelladamente, por lo demás comía sancocho, jugaba bolas, iba y se bañaba en el Ereigue, se veía en los toros coleados y una que otra vez empinaba el codo, este caballero dejó hondas e indestructibles huellas en el pueblo, hoy día lo representan su prole, pero nada como él fue.

A la entrada del Callejón El Remate, la conocida esquina del Jobo, operaba una bomba manual de gasolina, la cual abastecía de combustible a muchos automóviles que iban rumbo a Valencia y viceversa, ya que la calle Bolívar era de ambos sentidos, o sea, doble vía; de igual manera, a aquellos camiones con su contingente humano que iban a pasar un día en el río Ereigüe, aprovechando las bondades que sus caudalosas aguas ofrecía a los temporadistas.

Los que no eran de aquí e iban al río, aprovechaban un restaurante pequeño cuya dueña era doña Juana Julia Monasterio, posteriormente fue instalado otro restaurante cuya propietaria era doña Serapia Ledesma de Chirivella, se especializaba en las hallaquitas aliñadas y suculentas ensaladas; posteriormente, no en el mismo sitio sino frente a la hoy día placita de los borrachitos, fue abierto otro restaurante famoso por sus hervidos y las arepas de pura masa de maíz pilado, su dueña, doña Catalina Grimán, la atención era cónsona con su dueña, muy de altura y esmerada.

Cuando narré lo de las tiendas, por olvido pasé una por alto, moderna y muy bien surtida, estaba ubicada en el cruce de Sucre con Arismendi, su denominación era La Valenciana.

El San Joaquín que yo conocí, lo conformaban un grupo de hombres, mujeres y niños, con su saco a cuesta, recogiendo pepas de dividivi, unos para ganarse algunos centavitos más y otros para la alimentación de sus animales como chivos y vacas, estas pepas se vendían en las haciendas que poseían romana, asimismo, los recoge algodón en las posesiones que cultivaban ese producto.

Era normal en el San Joaquín que yo conocí, ver con indiferencia y algunas veces no tomar en cuenta, el sistema interno de transporte de pequeñas cargas, de igual manera, mudanzas y traslado de alguna mercancía y otros, para cumplir este cometido existían en el pueblo varios carros de mulas cuyos propietarios eran señores humildes pero muy respetados por la comunidad, que sólo se dedicaban a efectuar su trabajo.

Estos propietarios de tan importantes y necesarios sistemas de carga con sus carruajes eran, entre otros, los más célebres: don Teodoro Díaz, don Simón Barreto, don Miguel Acosta, este último no utilizaba mula como tracción para su carruaje, sino un caballo criollo moro, oreja gacha, y en cuyo carro acostumbrábamos algunos muchachos de la época pedirle colitas o acompañarlo a algún sitio adonde él iba, emulando las caravanas del lejano oeste; este caballo tenía un problema, que por cualquier cosa se espantaba, y una vez, siendo copiloto de don Miguel, íbamos rumbo a la Indiana, el caballo se espantó al frente de rebote y no había forma de detener su descontrolada carrera, en vista de que le había solicitado una colita a don Miguel para entregar un telegrama en la Indiana, el cual accedió como era su costumbre, sufrí mayúsculo susto, y procedí a regresarme a pie desde el puente de la Indiana donde varias personas detuvieron el caballo, de todas formas no se podía seguir en el carro porque en la carrera, largó una rueda antes de llegar al puente gomero. Otro ciudadano de la época era el viejo Mota, quien tenía su vega, y así, existían otros muchos, cuyos nombres no recuerdo.

En el San Joaquín que yo conocí, ese pueblo de antaño, hoy desaparecido, era el del mercado libre todos los fines de semana, a partir de las cuatro de la mañana, el cual tenía su sede al lado de la hoy Policía Municipal, donde está ubicada la Biblioteca "María Escamillo", o sea, la casa de los Pastores; estaba conformado por mini puestos que eran divididos en bloques para la venta de lo producido en el pueblo, y en el mismo se observaba mucho orden y una buena organización.

Todas las instalaciones deportivas de hoy día, incluyendo el estadio "Alberto "Bigotico" Vásquez", era un gran sembradío de patillas, las cuales eran desvalijadas por muchas personas que incursionaban de noche a fin de venderlas y obtener algunas ganancias; para detener este flagelo se encargó a don Manuel Arenas a custodiar dicho lugar, y de paso se le entregó una escopeta con guaimaros de sal, su medio de movilización era una mula con la que perseguía a los pillos roba patilla, muchos se ayudaban con este producto ajeno.

El San Joaquín que yo conocí, era el de Linito, con sus muy sabrosos y abundantes raspados a locha y en los célebres vasos de casquillos, los cuales había que esperar para degustar el anhelado raspado; si uno apuraba el despacho, la respuesta era "...espere que se desocupe un vaso..." Otro comerciante ambulante era Mano Yoni con sus paquetitos de maníes a tres puyas, luego la inflación de la época lo obligó a llevarlos a locha, fue el creador del gustoso y refrescante compuesto, el cual era un raspado con chicha y su precio era un medio; el gran y pintoresco Morgado, con sus suculentas y descomunales tostadas de carne, pollo, quesos, las pasaba por huevo con harina y con un palillo para que no se abrieran y luego al sartén para freírlas, no recuerdo si era aceite o manteca de cochino, creo que era manteca porque el aceite de comer era difícil de adquirir. Su sitio de despacho era en el cruce de la calle Bolívar con Vargas, diagonal al botiquín del Cine; todas las noches al lado del carro tenía su alumbrado, o sea, una lámpara de carburo, con su característico olor. Sentado en la acera, un pintoresco personaje con una caja llena de botellitas verdes, no desechables, conteniendo el sabroso carato de maíz pilado y cuya tapita era una hoja de limón.

Curiosidades y Fábulas Pueblerinas

Habiendo mencionado el bar el Cine, el Danubio Azul, vals austriaco, cuyas notas musicales a las siete y treinta de la noche penetraban en la tranquilidad de los hogares y en el centro del pueblo, para anunciar con su música el inmediato comienzo de la película programada para esa noche. El local era muy pintoresco y el mismo estaba conformado por categorías, uno llamado preferencia, el cual estaba dirigido a todas aquellas personas que de una manera u otra estaban en condiciones de pagar el bolívar por la entrada, el sitio era techado y con butacas de madera, pero muy cómodo y unas que otras sillas sueltas, de metal.

En cuanto al otro sitio, se denominaba patio o gallinero, dirigido especialmente a aquellos de escasos recursos u otros que podían comprar la entrada a preferencia, pero que preferían irse al patio o gallinero; el local era abierto, sin techo y por asientos unos bancos largos como para ocho personas; si comenzaba a llover, el público del gallinero se ponía de pie y se colocaban el banco sobre las cabezas para evitar mojarse; algo curioso, las personas que no tenían el bolívar ni el real para entrar a ver la película, se iban en tropel al cerro de la cruz y desde allí presenciaban la película programada.

El operador del cine era don Ovidio Loria y su auxiliar el muy conocido "Ñapa e´queso", si por algún defecto del celuloide se interrumpía la película o el proyector sufría algún daño, que no permitía la continuación de la misma, los gritos, las ofensas y agresiones contra la pantalla no se hacían esperar, lo peor era que no se devolvía el dinero a los espectadores, quienes se conformaban con descargar toda su ira en contra del operador y la pantalla del cine. Entre esas famosas películas de la época, se pueden señalar "Cuando los hijos se van"; "Sangre y Arena", "Juan Charrasqueado", "¿Por quien doblan las campanas?". Eran películas en blanco y negro, las que tenían color eran denominadas películas "Technicolor" y otras tridimensionales que exigían la compra de unos lentes en la taquilla, incluidos en el precio de la entrada; para disfrutar la tercera dimensión estos lentes tenían por un ojo un plástico azul y por el otro uno rojo, y con eso estaba listo el espectador para disfrutar de la programación.

El San Joaquín de mis recuerdos, era el del Calvario al final de la calle Mariño, específicamente en la ladera o pata del cerro, antes de construirse la autopista, allí estaba permanentemente, durante la Semana Santa, el Jueves y Viernes Santo, la procesión visitaba el lugar como tributo a la muerte de Jesús.

Ese San Joaquín de la época, con sus solariegas calles, todas de tierra, donde en invierno se empozaba el agua formando grandes charcos, a excepción de la calle Bolívar, la única del pueblo con su pavimento macadán bien deteriorado y todo roto por el tiempo que tenía, y sin ningún tipo de pavimento, a pesar de que si por el pueblo pasaban seis o siete carros a diario, era mucho. En la calle Bolívar, con la ruptura del pavimento se habían formado grandes cráteres, con sus consabidos pozos de agua, este pavimento deteriorado que no tenía nada que envidiarle a la superficie lunar, sólo servía para que los agricultores y peones, entre otros, de algunos terratenientes de la época, amolaran sus escardillas a las cuatro de la mañana en espera del patrón que los conduciría en el camión, a sus centros de trabajo; mientras esperaban, el chirrido escardilla-macadán servía de diana a los vecinos del pueblo.

En el San Joaquín que yo conocí, se comentaba en esas remotas épocas, que en la pata del chaguaramo que había en la plaza y después de las nueve de la noche, hacía su aparición un ser extraño, que asustaba a los muchachos y a aquellas personas que habían hecho caso omiso a los lúgubres tañidos de las campanas de la iglesia para que todo el mundo se fuera a cobijar en el calor de sus hogares.

De igual manera, en la caja de agua, aparecía una figura grotesca que enloquecía a las personas, ofreciéndoles un entierro a cambio de un ser querido; en muchas casas de la población, particularmente en los patios, se veían aparecidos que espantaban a las personas; en la carretera vieja entre San Joaquín y la Hacienda Cura había una frondosa mata de mamón, muy dulces y pequeños, era conocido como "el mamoncito de Cura", en el cual aparecía un ahorcado.

En lo que se llamaba la pilastra, o sea, a la entrada de la Sabana del Ereigüe, se comentaba de un ser extraño con una indumentaria que usaban los soldados españoles durante la colonia; el callejón del Banco también tiene su historia, comentándose de un sujeto que aparece con un carro de mula cargado de cadáveres, y muchas personas aseguraban haberse topado con estos extraños seres; en el Grupo Escolar, o mejor dicho en esos terrenos, aparece una enfermera y se oyen gemidos de una mujer; por los lados de la quebrada de la Jabonera, aparece una mujer muy alta que hace correr a aquellos que merodean tales sitios ya cayendo la tarde; asimismo, se oye el llanto de la llorona. Es posible que todo esto sea fábula, inventiva del hombre o radiograma del mundo ficticio donde nos movemos, de todas formas estos decires hay que respetarlos.

En cuanto a sitios que eran del pueblo, se pueden mencionar las haciendas que rodeaban el poblado, esas haciendas existen hoy día medianamente, poseían un caporal, el cual tenía bajo su control y supervisión todo lo referente al ganado vacuno y caballar, teniendo un inventario al día del número de reses existentes, las vacas y yeguas que habían parido, el número de caballos para el trabajo, los potros a ser montados y cual menguante, el cruce de esos animales, la necesidad de castrar algunos potros; así se administraban esas haciendas, las cuales marchaban a las mil maravillas.

Entre esos caporales podemos mencionar en la Hacienda Cura, a un Pancho "el pájaro", siempre montaba en un caballo alazano bastante alto, y que en más de una oportunidad llegó al pueblo a la usanza del lejano oeste, formaba sus líos y de paso tenía problemas con la policía del pueblo, a quien él desdeñaba, y en más de una oportunidad tuvo que acudir a su caballo para violentar el cerco policial, por lo general, lo hacía cuando estaba bebido; en la Hacienda el Carmen estaban Marcelino y Heraclio Sequera con sus muy célebres y conocidos caballos, tales como "caraqueñito", "el pateador", "palomo", "el careto", "lucero" y el "potro pinto", la "yegua baya" y "barbarita".

En la Hacienda Cura, caballos célebres como "pata e" bizcocho", caballo castaño oscuro que tenía un casco cuadrado, pero muy brioso; un "vuelvan caras", un caballo moro que se quitó más de un jinete de encima; "por los vientos" alazano, padre de "no me dejó"; en la hacienda la Mujiquera "carburito" y en la hacienda de los González, propiedad de Kiko González, "munición", caballo rucio moro de coleo. Así era el San Joaquín que yo conocí, hasta los caballos eran radiograma importante de la comunidad.

Para el año 1947, dos años después de concluida la Segunda Guerra Mundial, hizo su aparición por las calles de pueblo, en su travesía de Maracay-Valencia, un autobusete color gris muy cómodo, y en vista que todavía estaba fresca la noticia de las dos bombas atómicas lanzadas en Japón, específicamente en Nagasaki e Hiroshima, la gente no esperó para bautizar este medio de transporte como "la bomba", otros como "la bomba atómica" y muchas otras personas, le decían "la bomba atónita"; prácticamente, era un lujo viajar en tal unidad de transporte. Las ambulancias que comenzaron a aparecer en el país, con su sirena, eran llamadas aquí en el pueblo como "las tres minutos".

En el cruce de la calle Bolívar con Colombia, habitaba la familia de don Isaías Guédez, al lado de su casa había dos bancos de cemento a cada lado de la calle, justamente sobre la acequia que baja de la quinta, estos bancos databan de la época republicana, por lo general, cuando no se tenía el dinero para entrar al cine, estos bancos servían de esparcimiento y de descanso a muchos viandantes.

De igual manera, vía Hacienda Cura, frente a la empresa Heinz, había una acequia que bajaba del cerro y cruzaba la carretera, justo frente a la salida de hoy día la Urbanización San Bernardo, y esa acequia también tenía, de ambos lados, dos bancos de cemento de la misma época que los anteriores, era común la invitación de amigos y amigas a disfrutar de la soledad y los sembradíos de caña que rodeaban la carretera, como prácticamente no existían automóviles, o mejor dicho el tráfico era ínfimo, era común la frase "... Vámonos para los banquitos...", donde se escenificaban variadas tertulias, las cubrían muchos temas, pero con las limitaciones de la época, motivado a la ausencia de medios de comunicación eficientes, por lo general los comentarios de los más versados se circunscribían a lo leído en los diarios referente a lo que estaba en el tapete como la Segunda Guerra Mundial, o lo último que había sucedido en el pueblo.

En los Ojitos existía un matadero de reses, muy cerca de la estación del tren, al lado de la acequia de los Ojitos, y era normal ver como botaban lo que se llamaba los desperdicios de la res, como el mondongo, las patas, el rabo, cuernos y otros; hoy se han convertido estos desechos en artículos difíciles para obtener.

El San Joaquín que yo conocí, era aquel de los lúgubres tañidos de las campanas en forma de dobles fúnebres que invadían al pueblo a las nueve de la noche justo, era la hora triste y de terror, porque a esa hora empezaban a tomar espacio en el pueblo el carretón, la mula maniá, la llorona, la sayona y toda esa pléyade de seres producto de la inventiva e intereses del hombre, esto obligaba a los muchachos para que fuesen a cobijarse en el calor de sus hogares, lo extraño es que estos seres le tenían miedo a la claridad, porque cuando apareció la electrificación a escala nacional, éstos se esfumaron para siempre. El pueblo había estado electrificado por mucho tiempo a partir de las siete de la noche hasta los diez, por la planta eléctrica de don Eusebio González, cuyas tarifas eran mínimas y su sitio de operación era donde actualmente opera Ele occidente.

Los muchachos nos divertíamos visitando la estación del tren a las nueve de la mañana, para ver la llegada del ferrocarril con su contingente humano que venían a San Joaquín o iban de paso, la parada en la estación era obligatoria para abastecer de agua a la locomotora, esto se repetía a las doce del día con la llegada del autovía y luego a las cinco de la tarde con el tren nuevamente; por lo general, estas visitas se hacían sábado y domingo, ya que en la semana estábamos en nuestras actividades escolares.

El San Joaquín que yo conocí, era el de un sólo ratero, ya que al perderse algo era de fácil localización y ubicación, lo único que las fuerzas policiales necesitaban conocer era si el tal sujeto había estado merodeando por el sitio donde se había transgredido la ley, inmediatamente, las fuerzas públicas se movilizaban, con su atuendo al estilo inglés, sombrero de corcho, polaina y correaje cruzado, rolo y revólver, esta fuerza pública, era movilizada para darle captura al pillo que había estado fisgoneando por las casas, el Comandante y Prefecto de las fuerzas policiales era nada más y nada menos que el muy temible Coronel Pablo Sarmiento, vestigio de las montoneras del Benemérito; este ciudadano era muy amigo del Negro Cata, de igual manera era adversado por Pererita, debido a que en dos oportunidades lo envió a apagar candela en los cerros aledaños.

En la plaza, en las esquinas y particularmente mece-tierra, era común, de acuerdo a la época, celebrar y presenciar a los muchachos jugando metras, trompo o encumbrando papagayos; la tranquilidad, la paz y la seguridad era la orden del día, porque la figura funesta del "malandro" no había hecho su aparición, ni siquiera en la mente de los sanjoaquineros; no se conocía ni remotamente el flagelo de la droga, que atentara contra la tranquilidad mental, física y espiritual de la ciudadanía y la familia.

Mece-tierra es un sitio digno de recordar, ya que prácticamente era el rin del pueblo, lugar obligatorio para dilucidar cualquier diferencia sucedida durante la hora del colegio, aquella frase de "...Te espero en mece-tierra...", era un reto de honor y aquel un sitio de dignidad personal, se recuerda la pajita en el hombro de uno de los contrincantes, particularmente se la colocaba el más guapo, y éste le decía al otro "¿...A qué no me quitas la pajita...?". Cuando la monotonía se hacía presente, o sea, ninguno de los dos iniciaba las hostilidades porque ambos se tenían miedo, un sayón que nunca faltaba, empujaba a uno de los contrincantes y era la única forma de iniciar la tan esperada pelea.

De esas peleas, una que marcó historia en el pueblo y que duró casi dos horas, se inició en la calle Arismendi con Bolívar y terminó en la estación del tren, fue la del Negro Chirivella y Antonio Palencia, al final hubo que separarlos, porque si no hubiesen pasado una semana dándose golpes. Otra que se inició en el mismo sitio fue la de Ricardo Galíndez y Alfredo González. Muchas de estas peleas motivaron a Luis Rodríguez Álvarez, para que comprara unos guantes de boxeo y convirtió su esquina en un rin de boxeo obligatorio para todo el que por allí pasaba; eran "sanjoaquinerías" como decía Alejo Moreno.

El San Joaquín de mis recuerdos y vivencias, era el del trayecto de casi dos kilómetros desde el bar el Placer (quedaba frente al monumento de nuestro patrono San Joaquín), hoy día la licorería de Darío Castellanos, al barrio la Indiana, sitio muy peligroso para la época, aradiograma de eso era considerada zona de tolerancia, allí se escenificaron las más enconadas peleas, sobre todo los viernes en la noche, sábado y domingo. Todavía se recuerdan algunos hechos de sangre; el trayecto, aradiograma de ser un sitio alejado del pueblo, era deshabitado, con sólo potreros de lado y lado, de vez en cuando una casita en el potrero.

El San Joaquín que yo conocí, estaba gobernado por hombres con una gran capacidad de emisión moral y ciudadana, entre ellos podemos recordar a don Ramón Bernal, don Virgilio Machado, don Antonio González y el último subprefecto en la década del cuarenta, el Coronel Pablo Sarmiento, cuya secretaria era mi hermana Ligia Laurentin.

En cuanto a los comandantes de policía, muy célebres, podemos recordar a don Gonzalo Flores, don Luis Gómez, don León Grimán y otros, así como los policías a los cuales llamábamos por el nombre y también su sobrenombre, entre ellos José Tomás Gallardo (a) "Amargura"; el Negro Uben, el "Coco pelao" y algunos que no fueron tan notorios como los anteriormente nombrados, como el "Diamante negro", el "Muertico Cruz" y otros que no recuerdo.

El San Joaquín que yo conocí, era un pueblo de muy pocos habitantes, el abastecimiento de agua se hacía de la caja de agua, actualmente quedan las ruinas a la entrada de la Quinta a la derecha, esta agua bajaba del río Ereigüe, y la persona que estaba encargada de administrar el vital líquido era don Víctor Fábrega, quien esperaba que fueran las nueve de la noche para privar al pueblo del agua, cerrando la llave de paso. Durante esa espera se sentaba al frente de la casa de la familia Falcón, con una vela para matar los bachacos y las cucarachas con la esperma caliente, esta diversión era su manía de un hombre bien avanzado en edad, y la hacía durante todos los días.

El San Joaquín que yo conocí, era el del batido de panelas en grandes tinajones y paletas de palo o madera, que giraban con la fuerza y viveza que le imprimían la pareja de operadores. Las fábricas de panelas del pueblo y que le dieron fama al mismo, para que fuese bautizado como el "Pueblo de las panelas", fueron la de la familia Alezones, fundada el año de 1856; de igual manera, la de la señora Juanita Rodríguez; la de la familia Falcón e igualmente la de la familia González, panelas genuinas por excelencia. Hay que destacar, que aquellas panelas de antaño eran horneadas con leña y en horno de barro; asimismo, los huevos frescos y el almidón le daban un sabor más crujiente y más agradable al paladar, hoy día este producto no se asemeja a las primigenias panelas del San Joaquín que yo conocí.

Aradiograma de este producto, también se producía un bizcocho cuadrado conocido como biscocho de San Joaquín, el cual desapareció por completo; también el carato de maíz pilado y el célebre pistraque o fororo de maíz cariaco, en radiograma ésta era la dieta del sanjoaquinero.

El callejón del Carmen, empezaba en los establos de ordeño, de lado y lado una empalizada tupida de patas de ratón y potreros sin ningún uso; luego se atravesaba la línea del tren y allí era cuando en realidad empezaba el callejón, rumbo a la bodega del Carmen; este callejón tenía sólo siete u ocho casas pequeñas, entre ellas la de una señora de nombre María Gastello, que prácticamente nos daba un trato de verdadera madre, en realidad nos alcahueteaba todas nuestras tropelías; se tomaba la libertad de prepararnos arepas y el café con leche no se hacía esperar, su hijo Vicente todavía está vigente en el pueblo de San Joaquín. Bien... una vez que atravesábamos todo ese trayecto llegábamos a la bodega del Carmen a la orilla de la carretera y con una caballeriza a su lado.

El San Joaquín que yo conocí, era el de los comisarios en cada comunidad o barrio, como el Remate, el Carmen, la Indiana, los Ojitos; la autoridad de estos señores era incuestionable, ya que se les había otorgado por la propia comunidad y por el Prefecto para que mantuviesen el orden y el respeto en tales sitios; cuando alguien estaba perturbando la paz ciudadana, se acudía al comisario para que el molestoso desistiera de su actitud y se retirara, caso contrario, lo detenía y lo entregaba a la fuerza de orden público. Entre esos comisarios es digno de recordar a don Gonzalo Suárez, quien se caracterizaba por su vestimenta: un liquilique blanco, con sombrero y un fuete, los botones y las yuntas era mediecitos de plata y una leontina en el bolsillo superior derecho con cadena de oro.

El San Joaquín de la época, era el del callejón del Remate con sus frondosos árboles, entre ellos, un árbol de mata palo que trituraba lentamente a una mata de pan de palo, cuyas raíces eran impresionantes por sus formas, parecía una serpiente que lentamente le iba arrancando la vida a la de pan de palo, la misma estaba adornada por malangas y eran la belleza de ese callejón; al final del mismo había una frondosa mata de samán blanco, donde usualmente descansaba un viejito, quien fue Coronel de las montoneras de Juan Vicente Gómez, de apellido Arana, había venido del estado Trujillo, no podía escribir y cuando le llevaba un telegrama, me exigía que le firmara el recibo, como constancia de haberlo recibido.

Casas y sus historias

El San Joaquín que yo conocí, se caracterizaba por poseer casas muy bonitas y señoriales, cuando se entraba al pueblo por el este, viniendo de Maracay había una casa blanca llamada la manguera, aradiograma de su atractivo como casa con sus seis ventanales y un inmenso portón, alojaba en su interior unas bellas mujeres venidas de Caracas, quienes adornaban las ventanas con su presencia. El propósito de estas damas era el de pasar un tiempo de vacaciones en el pueblo; el cuidador para la limpieza y otras diligencias era Armando Parra, no era un hotel, sino una casa de veraneo, propiedad de la familia Casanova. Aproximadamente, a unos cincuenta metros, estaba la quinta de don Nereo Marrero, se caracterizaba por su amplio terreno, el mismo que actualmente está al frente del supermercado San Bernardo. La casa de la familia Camacho, tal cual se encuentra en la actualidad, sólo que en la equina funcionaba la tienda de José Camacho.

Más adelante, la casa de Alejo Zuloaga, para esa época estaba habitada por la familia Izquierdo; posteriormente, la adquirió la familia Falcón, la cual fue dividida en dos radiogramas, en una vivía esta familia y en la que da a la calle Urdaneta vivía la familia Laurentín y funcionaba el telégrafo, posteriormente quedó sola y la adquirió la empresa Polar.

Otra casa es la de la familia Rodríguez, la cual ha mantenido su originalidad, al frente, una belleza de casa colonial con un balcón de madera, única en el pueblo, cuya data era desconocida; decía la leyenda popular que esa casa fue propiedad del Tirano Aguirre, lo cual es incierto, pues, este personaje tuvo su influencia y operación en Puerto Cabello y Borburata, nunca vino aquí.

Otras personas comentaban que esa casa perteneció a una de las familias más pudientes del pueblo, cuando comenzó la guerra de Independencia la familia enterró todas sus riquezas y luego mataron al esclavo que hizo el trabajo; se comentaba que la aparición en esa casa era del esclavo en pena; que salía en la pata de una mata de naranja cajera, la cual se encontraba en el ante patio y al frente de una pequeña ventana que daba al comedor de la casa. Es verdad, que viviendo en esa casa desde 1942 a 1951, se sucedían muchas cosas extrañas, se escuchaban pasos y, de vez en cuando, una gallina escarbando en la base de una ventana que daba a una de las habitaciones.

Esa casa, hoy en día está totalmente modificada, originalmente poseía seis habitaciones amplias, la entrada la constituía un portón grande de madera y en la amplia sala cuatro columnas con un pretil y una vigueta principal del techo, una acera que rodeaba el antepatio en el cual había dos matas de hicacos, una de jazmín y de malabar y la mencionada mata de naranja cajera; al fondo el comedor y la cocina, un amplio fogón y el baño, una caballeriza, luego un amplio terreno que daba a la calle Carabobo, donde había un portón de campo; en el patio, dos matas de taparas o totumo, una de cedro, un frondoso níspero y al fondo unas matas de guayaba, fruta verada y limones, nunca podía faltar la popular letrina o escusado de hoyo.

Funcionó en esa casa el telégrafo, como lo mencioné anteriormente, mi progenitor fue el primer telegrafista del pueblo, su nombre Luis María Laurentin Salas; posteriormente, fui nombrado repartidor de telegramas, convirtiéndome en el primer repartidor de telegramas de San Joaquín (no se conocía la figura de nepotismo). Esa casa pudo haberse conservado y hoy día sería un polo de atracción turística.

Otra casa que fue destruida en su belleza, es la llamada Gonzalera, una inmensa casa colonial con cuatro corredores y amplias columnas con seis ventanales que daban a la calle Bolívar, en el centro del antepatio un cotoperí muy frondoso y una que otra mata de jazmín; tenía cinco habitaciones muy amplias y dentro de la casa tenía un baño con bañera, una amplia sala que servía de comedor, un portón que separaba la casa del patio, atrás una caballeriza, la cocina con un inmenso fogón, un baño y un gran estanque de agua; una frondosa mata de mangos y al fondo varias matas de limaza o limonsón, hoy día fruta desaparecida; también tenía una mata de pan de palo y no podían faltar las matas de limón criollo, aún quedan vestigios de ella.

La casa del don Manuel García, abarcaba media manzana, funcionaba el cine y el bar, todavía está allí, pero totalmente descuidada y a punto de que el techo se desplome por falta de mantenimiento, seguro que el día menos pensado la venden y con

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